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València ante el diluvio

Miércoles noche. Las primeras tormentas procedentes del Mediterráneo, esperadas y confirmadas por Aemet, han descargado una animalada de agua sobre la Marxuquera y otras áreas de la Safor, más o menos sobre el territorio que se incendió este pasado verano. En algunas localidades han caído 200 y hasta 300 litros en plena nocturnidad.

En la mañana del jueves tenemos que coger el coche para venir desde Alicante a València y empiezo a preocuparme. Llamo al teléfono de la DGT que se anuncia no me acuerdo dónde y me desvían a una grabación para que llame a otro teléfono de emergencias. El segundo número tampoco me aclara demasiado, así que enchufo À Punt, donde sí, emiten noticias de alcance sobre las lluvias de la noche pasada pero de modo escueto. Dan paso a su programa matinal, en el que han organizado un debate con periodistas sobre la proliferación de jabalíes en Castelló. Está claro que los periodistas nos atrevemos ya con lo que nos echen y que en la nueva televisión valenciana falta perspicacia para entender que, ante todo, son un servicio público al filo de la actualidad.

Finalmente emprendemos la marcha entre nubarrones y una fina lluvia. No hay personal auxiliar de la concesionaria en la autopista ni la más remota presencia de guardia civil o similares. Intento sintonizar la radio de la autopista, aquella que me prestaba confianza en los tiempos de Aumar, pero no lo logro, la deben haber clausurado o ya no tiene convenio con la Generalitat, vayan ustedes a saber por qué arcanos. En Radio À Punt están entrevistando a un emergente «culturador» y solo la emisora de esta casa, la 97,7, informa de importantes lluvias en la zona de Gandia y recomienda precaución.

En efecto, a la altura de Corbera están cayendo chuzos de punta y apenas se puede circular. Hay vehículos que se detienen peligrosamente en el arcén, incluyendo camiones, otros se refugian bajo algún puente y algunos encienden las luces intermitentes. Seguimos sin noticias y sin auxiliares de tránsito. Durante más de media hora circulamos a menos de 10 km por hora y no vemos casi nada ni sabemos nada de nada. Los campos están anegados, observamos acequias que expulsan agua como si fueran bombas de achique mientras la planicie del peaje se vuelve una piscina. Con la ansiedad en el cuerpo, llegamos a València.

Ya en la gran ciudad soportamos un pequeño aguacero el jueves por la noche, aunque en la Safor y en la Ribera parece que los cielos no dan tregua. Alzira, Algemesí y otras localidades clásicas en tiempos de inundaciones amanecen con medio metro de agua en sus zonas más bajas. Desde el mediodía del viernes y hasta bien entrada la tarde de ese día, la lluvia se ceba en València. Llueve a mares, a poalades. Se inundan túneles y algunos bajos, el tráfico rodado se ha vuelto muy intenso y los autobuses escolares acumulan mucho retraso.

Con todo lo que ha caído, la ciudad, no obstante, ha respondido. Uno vivió de cerca la pantanada de 1982, cuando cayeron más de 1.000 litros por metro cuadrado en la cuenca de Tous, y las inundaciones de 1985 y 1987 movilizado como periodista, con alguna que otra noche en vela en la delegación del Gobierno junto a Eugenio Burriel escuchando partes de guerra desde los embalses que coordinaba el presidente de la Confederación, José Carles. En aquellos tiempos, apenas llovía algo más de la cuenta todos los barrios del Marítimo se inundaban de inmediato. No era raro ver piraguas y canoas de vecinos navegando por el Cabanyal o el Grao.

En eso hemos cambiado. La ciudad enterró miles de millones en colectores para recoger las lluvias y las brigadas municipales están entrenadas para limpiar imbornales desde finales del verano en previsión de tormentas. Bajo el mandato del concejal Juan Augusto Estellés y al frente de un equipo técnico dirigido por Miguel Muñoz Veiga se construyó toda una ciudad subterránea, incluyendo un gigantesco río de cemento que circula justo por debajo del antiguo cauce del Turia hoy convertido en jardín.

Este otoño, particularmente, está siendo muy lluvioso, lo cual no deja de ser, por otra parte, una bendición para recargar los acuíferos y sanear la polución atmosférica. La ciudad, sin embargo, parece resistir, salvedad hecha de los pasos subterráneos, incapaces de absorber más de 100 litros de intensa descarga en una hora. No obstante, queda bastante por hacer, como por ejemplo generar un buen sistema de información aprovechando que las nuevas tecnologías permiten que circulen datos casi en tiempo real. O mejorar el repertorio de acciones de los servicios de emergencia, de las policías locales o de la EMT de la capital.

A nuestro ínclito concejal de circulación alternativa, el napolitano Giuseppe Grezzi, no se le ha ocurrido, por ejemplo, ofrecer servicio público gratuito en días de grandes tormentas al objeto de minorar el caos circulatorio, o usar su televisión de a bordo para informar sobre lo que está ocurriendo en la ciudad. La EMTv, en cambio, le hace la competencia a otros canales captando publicidad, lo cual resulta del todo delirante y puede que hasta ilegal. Y lo mismo cabría señalar del Metro.

Los estudios hidrológicos y climáticos dicen que la Comunidad Valenciana acumula desde 1900 más del 40% de los episodios de mayores inundaciones de todo el país -y de ese porcentaje, más de un tercio se acumula en el microespacio de la Safor y la Marina Alta-. Conviene, pues, que sigamos avanzando en enfrentarnos a estos diluvios periódicos que nos azotan y, en cierta medida, nos dan carácter. Ya lo canta nuestro Raimon, Pelejero, «al meu país la pluja no sap ploure, o plou poc o plou massa€ qui portarà la pluja a escola?€».

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