Da la sensación que cuando más importante es explicar la realidad del mundo y cómo deberíamos evolucionar culturalmente para mejorarlo, más se dedica la televisión a distraernos para que nos olvidemos de mirarle a los ojos. Pero no se trata de cualquier distracción: se potencian los peores modelos de éxito, la competición y la superficialidad propias de nuestra sociedad de consumo. No tenemos concursos solidarios, ejemplos de proyectos de cooperación, de cuidados, de reequilibrio ecológico... En las películas y series abunda la violencia, la acción y la trivialización de la muerte humana. Y, por supuesto, las distopías sociales, no las utopías deseables.

La opinión se le brinda a contumaces parlanchines televisivos, que poco saben de los temas sobre los que opinan, y escasamente se invita a los especialistas que podrían hablar con propiedad sobre los importantes temas que se tratan. Pero quizás lo más lamentable sean las noticias, que supuestamente reflejan una selección de lo importante que ha ocurrido en el mundo o en nuestro país. Es evidente que se da un marcado desequilibrio hacia las noticias negativas -desastres naturales, asesinatos, especialmente los derivados de violencia de género, las opiniones de los políticos con un discurso siempre simplificado y reiterativo- y, recurrentemente, los conflictos en algunas partes del mundo -Venezuela, Siria...- pero no todos los conflictos, muchos de los cuales son sencillamente ignorados, porque esos países ya no interesan o interesan demasiado. No se nos muestra cotidianamente el sufrimiento de Yemen, de Libia, del Congo; las injusticias en Arabia Saudí o Catar. Y sobre todo casi no se nos muestra todo lo bueno, la energía positiva que la gente despliega en todo el mundo para luchar contra la pobreza, contra la desigualdad y la guerra. Estos noticiarios se alejan mucho de la realidad del mundo, de su increíble diversidad.

La semana pasada, el ranking de lo más visto en televisión era encabezado por un partido de fútbol -más de 5 millones de espectadores- seguido por las tres variantes de Gran Hermano -más de 3 millones cada una de ellas, lo cual implica 9 millones de españoles contemplando esa cosa- seguido muy de cerca por Master Chef. Y en cuanto a telediarios, precisamente el de Telecinco, pero con más de 2 millones menos de espectadores que el fútbol. Vamos bien. Cuando hay cambios de gobierno se esperan también cambios en la televisión pública, en sus contenidos; así ocurrió cuando Zapatero desembarcó en la Moncloa tras el mandato de Aznar. Sin embargo, con el tiempo ya suficiente que llevamos con el nuevo Gobierno no se aprecia todavía una verdadera renovación, muy necesaria, de la primera cadena de la televisión pública.