Una vez hice un programa de fenómenos paranormales -o de espiritualidad de circo, como prefieran- y fue un completo éxito así en Valencia como en Cataluña y Andalucía. Curiosamente los productores, que habían permitido toda una pasarela de frikis que registraban el paso de los ovnis y las psicofonías y otros aullidos de difuntos, exigieron la presencia de un doctor en medicina cuando tratamos el curanderismo.
Queda claro nuestro rendido amor por el propio pellejo, pero en este país, donde el mas alto ensueño de los dirigentes que se consideran progresistas es ser ordenados obispos (y poder así redactar pastorales al gusto) hay toda una corriente que pretende incluir en la etiqueta de terapias milagreras a toda poción o maniobra que no fabrique la Bayer, se expenda en cómodos comprimidos, tenga los efectos secundarios que marca la ley y la bendición de un doctor en medicina aunque sea un tarugo.
En el universo digital hay un montón de pandillas juramentadas en la persecución y ajusticiamiento de todo aquel que se aparte de los cánones y dogmas de la alopatía. El Ministerio de Sanidad, mucho más prudente, ha decidido excluir de la lista de terapias malditas a la acupuntura y la homeopatía, aunque también están la medicina naturista, tradicional y herboristera y la ayurvédica, eso como poco, aunque el mundo rural y los indios no nos compren tantas pastillas como los chinos.
Los citados amantes de los autos de fe no se escandalizan por coincidir con la industria farmacéutica, aunque tampoco les importa coincidir con Bill Gates y Zuckerberg en un internet sin coste, sin derechos, sin reglamentos y, a ser posible, sin sueldos. Todo saqueado, o sea todo libre y horizontal, según dicen.
Hace cien años ya había facultades de medicina en Francia que enseñaban homeopatía. ¿Eran todos unos farsantes? Una vez me curé de unos picores en el cogote con homeopatía y en el yoga aprendí técnicas de relajación que me permiten ganar una o dos horas de sueño a mi ciclo espontáneo. Espero que no me procesen.
