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Tenemos que vernos más

En estos días convulsos en que España se repite a sí misma como un oleaje que busca sangre, reiterando insultos y escupitajos violentos como disparos, un anuncio sobre la amistad ha venido a vernos con esa gracia que tienen siempre las cosas oportunas, los contrastes.

El anuncio se ha titulado con una de esas frases que siempre decimos para no cumplirlas: "tenemos que vernos más". Nos pasamos así la vida, aplazando lo importante mientras ejecutamos un simulacro, y luego, "el día menos pensado/ ese en el que pienso siempre", en versos del maestro Alcántara, alguien se va o eres tú quien se marcha y todo queda ya infinitamente por hacer.

Hablamos mucho de la amistad mientras la descuidamos. La amistad es uno de esos misterios sin los cuales la vida no sería navegable. Siendo yo apenas un chaval, una tarde de mucho sol y mucha vergüenza me fui a visitar a Jorge Guillén a su casa. Aquel inmenso poeta ya tan viejito, afectuoso siempre con los aprendices, me dijo una frase que no he olvidado nunca: "la amistad, joven. Todo lo demás es la jungla". Años más tarde almorcé un día con su hijo Claudio y le mencioné esa frase como quien habla de un tesoro que posee: "la repetía mucho", me dijo. Me sentó mal saberlo. Creí que me hacía único haberla escuchado solo yo, pero nunca es nada como imaginamos.

Sin embargo, tenía razón el viejo poeta. La amistad lo es casi todo. Una pequeña llama (capaz de encender infinitas llamas sin que ello le suponga merma alguna) que humaniza la vida. Generosa y sedentaria, entre sus manos cabe todo el amor pero ningún erotismo. Sin ella la jungla nos comería, el mundo sería inhabitable y terrible, como acostumbra a serlo cuando no hay una mano que sujete la tuya.

Yo echo de menos a mis amigos todo el tiempo. A los que son y a los que se fueron, aquellos que recorrieron conmigo una parte del camino y me aguardan, no pierdo la esperanza, en algún lugar hacia el oriente. Y quizás por eso me ha dolido hondo este anuncio, porque he echado cuentas y sé que a la vuelta de unos pocos años, aunque cumpla con las estadísticas de edad media de un varón occidental sobrealimentado, esto habrá terminado y habrá alguna gente imprescindible en mi vida a la que tal vez no vea nunca más, y a otros los habré tenido cerca tan solo un ratito, la prisa de una café mil veces aplazado, querida gente a la que con el abrazo de despedida le habré dicho, sabiendo que era mentira, "tenemos que vernos más".

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