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Un plan maravilloso

Ya ni sé el tiempo que lleva Laura encerrada en el dormitorio. La oigo llorar, suspirar, calmarse y vuelta a llorar. Y toda la casa huele a esa tristeza que a ella la invade.

Yo estoy aquí, tirado junto a la puerta de la habitación, procurando no dormirme por si ella se decidiera a salir. Me atrevería a decir que Laura es lo mejor que me ha pasado, a mí nadie me ha querido antes así, nadie me ha tratado como ella y nunca nadie me había elegido.

Lo nuestro empezó como suelen hacerlo las mejores cosas: por casualidad. Laura ni siquiera tenía que estar allí. En realidad, solo había ido a acompañar a una amiga, a Marta, y yo, sinceramente, hubiese preferido no estar. Yo me encontraba bastante hecho polvo, aunque ya comenzaba a levantar cabeza. Mil veces me pregunté «¿por qué? ¿por qué a mí?» y hoy estoy convencido de que todo formaba parte de un maravilloso plan para que ella y yo nos conociésemos.

Laura igual no era la más bonita ni la más alta y, seguramente, tampoco fuera la más lista que había pasado por allí, pero ella tenía algo distinto y además, olía tan bien. Reconocería ese aroma, su aroma, entre una multitud y en cualquier parte. Usé todas mis armas de seducción para que se fijase en mí y se ve que funcionó porque desde entonces no nos hemos separado.

Al principio nos costó, ella estaba acostumbrada a vivir sola y se quejaba de que yo era un completo desastre y de este don innato que tengo para destrozarlo todo. Ahora los dos agradecemos esta rutina que hemos creado, juntos ordenamos el mundo, juntos sacamos fuerzas de donde a veces ni siquiera las hay. Más de una vez se habría quedado encerrada en casa o en sí misma si yo no la hubiese impulsado a salir. A ella le encanta decir que yo la he reparado. ¿Que yo la he reparado? Y, sin embargo, yo siento que ha sido ella la que me ha salvado a mí. Hemos superado tantas cosas y hemos disfrutado tanto y hemos aprendido tanto juntos.

La verdad es que formamos una extraña pareja. Cuando estoy a su lado, ni puedo ni quiero disimular mi entusiasmo, en cada reencuentro, en cada momento que compartimos.

Cuando me despierto, Laura está acostada junto a mí. Me acaricia y yo me quedo muy quieto, disfrutando de su contacto y feliz de que por fin haya salido de su encierro. Tiene los ojitos rojos y la voz muy dulce y huele como no huele nada en el mundo.

—Perdóname— me dice —. Venga, que nos vamos de paseo.

Y yo me reconcilio con la vida y juraría que esto es el amor, pero qué voy a saber yo si solo soy un perro.

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