Hay veces en las que hace falta gritar. El grito de rabia, de denuncia, de dolor, es consustancial con la fecha del 25 de noviembre, día internacional contra la violencia hacia las mujeres. Podríamos instaurar un 25N cada semana, porque son contadas las que se salvan de ofrecer algún episodio de un maltrato, de un acoso o de un asesinato machista cometido por hombres hacia sus parejas o exparejas. ¡Qué rabia! ¡Qué tristeza! ¡Cómo hemos podido criar -como sociedad- a tanto desalmado!

Cuando se produce un asesinato machista, una violación, un acoso o un insulto hacia una mujer, sólo por el hecho de ser mujer y de creer que su cuerpo les pertenece o debe someterse a la voluntad masculina, la convivencia en igualdad queda dañada. De manera simbólica, todas las mujeres nos convertimos en víctimas, la vulnerabilidad del cuerpo de las mujeres se hace entonces tan patente como insostenible. Como se suele decir, y hay que seguir repitiéndolo, cuando se produce un episodio de violencia machista, algo ha fallado en la educación, en la seguridad, en materia de derechos. La familia, el sistema han suspendido.

Junto a la desolación que sentimos con cada asesinato, la violencia machista ofrece variadas formas, algunas más sutiles, otras tan interiorizadas que hasta pasan desapercibidas. Cuántas veces escuchamos casos de maltrato a chicas menores, de abusos sexuales en el seno familiar hacia hijas, sobrinas, nietas,?. ¿Por qué es peligroso que una chica vuelva sola a su domicilio a altas horas de la madrugada? ¿Por qué? Las paradas de bus violeta o los puntos violeta en cada Ayuntamiento en fiestas, son la prueba de la necesidad de proteger a las mujeres en el espacio público. Otro ejemplo, las constantes agresiones verbales -a menudo con connotaciones sexuales- a chicas árbitras de fútbol, son una agresión a todas las mujeres y coartan su libertad de ejercer la actividad. ¿No les parece absolutamente intolerable? Me dirán que no sólo las mujeres sufren agresiones o acosos. Sin embargo, la proporción de mujeres víctimas frente a hombres, es abrumadoramente abismal.

El diagnóstico de la violencia hacia las mujeres es preocupante y no sólo en nuestro país. No ofrece buenas perspectivas más allá de que las mujeres hemos perdido el miedo a denunciar y que la sociedad está mucho más concienciada. Necesitamos más sensibilización con el tratamiento del problema y hemos de manifestar nuestra repulsa sin paliativos, en la calle, en el trabajo, en nuestro entorno más cercano, frente a cada episodio de violencia o agresión sexual. Necesitamos invertir más en educación, en todas sus etapas, y ser conscientes de la influencia que ejercen los medios de comunicación y el ocio que se consume en la convivencia entre hombres y mujeres. Necesitamos mujeres empoderadas e implicadas con esta desigualdad en puestos de relevancia política y con poder de decisión. Porque la autoridad política desempeñada por una mujer nos empodera a todas contribuyendo a cambiar los patrones de socialización entre hombres y mujeres -largo tiempo dominados por una casi exclusiva presencia masculina que es la que ostenta y ejerce el poder. Hasta hace poco, las mujeres, como colectivo, hemos sido irrelevantes en lo económico, en lo político y en lo social; nos hemos (han) recluido a la esfera de los cuidados y del ámbito doméstico, dejando la toma de decisiones en manos de los hombres. Esa situación sólo puede revertirse con la incorporación de mujeres comprometidas con el feminismo, que no es más que una ideología que lucha por los mismos derechos y oportunidades para mujeres y hombres. Necesitamos mujeres comprometidas con la erradicación de cualquier forma de opresión, sometimiento o explotación de las mujeres como son la prostitución, los vientres de alquiler o la publicidad sexista, entre otras; todas ellas muestran diferentes formas de violencia hacia los cuerpos de las mujeres.

Y necesitamos más medios para luchar contra la violencia de género. Los pactos firmados entre gobiernos y las diferentes instituciones implican la apuesta decidida para convertir la erradicación de la violencia de género en una prioridad política. Por ello, no se entienden noticias como la publicada hace unas semanas por este mismo diario que denunciaba que hubiera «Un policía por cada 120 víctimas de violencia machista», una ratio, según datos del Sindicato Unificado de Policías (SUP), superior a la de València y Castellón. Por poner sólo un ejemplo, cinco agentes de la Comisaría Provincial de Alicante han de defender a 600 mujeres, lo que supone unos efectivos claramente insuficientes. Hemos de ser conscientes de ello y reivindicar más inversión en esta materia, a riesgo de quitarlo de otro lado si no hay suficientes recursos. ¿Cuánto ha invertido e invierte este país en la lucha contra el terrorismo? La violencia machista es una forma de terrorismo, se ha llevado a más víctimas que el terrorismo de ETA. Hemos de estar alertas con las acciones que los poderes públicos implantan para combatir esta violencia, y exigirles a los partidos políticos que se comprometan a ello en sus programas. Pero también hemos de asumir la responsabilidad que tenemos como ciudadanía. La responsabilidad de no callar, de no justificar bajo ningún concepto cualquier forma de violencia hacia las mujeres, la responsabilidad de denunciar y de colaborar. Cada cuál desde su ámbito, podemos y debemos contribuir a la erradicación de esta lacra. Es la única esperanza que nos queda.