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Los japoneses

El enfermo tiene derechos, pero también algunas obligaciones, entre las que se cuentan saber algo de sus patologías y disfrutar de ellas. Lo dicen los japoneses. Un médico vocacional se merece enfermos vocacionales, y no aprendices.

Lo que yo digo es que un médico vocacional se merece enfermos también vocacionales, y no aprendices que andan todo el día con cara de lástima. Cuando un enfermo competente y un doctor cualificado coinciden en el despacho de una clínica, es como si los astros se alinearan para lo que quiera que se alineen los astros, que creo que siempre es para bien. Tendríamos que grabar esas conversaciones entre el doliente experto y el galeno diestro y reproducirlas en las clases de medicina de las universidades del mundo. Solicitamos profesionalidad a los otros, pero muy pocos se la exigen a sí mismos. El enfermo tiene derechos, cómo negarlo, pero también algunas obligaciones, entre las que se cuentan saber algo de sus patologías y disfrutar de ellas. Los japoneses llaman «dulce dolor» al que provoca el masajista al deshacer el nudo de una contractura. Y la neuralgia de trigémino, por poner otro ejemplo, ofrece una recompensa: el aura.

Me encuentro ahora mismo en la consulta de un endocrino al que admiro. Según mi costumbre, he llegado una hora antes de la fijada para la cita, de modo que hay tres o cuatro pacientes haciendo turno delante de mí. Entablo conversación con uno que tiene problemas digestivos. Vive día y noche pendiente de sus vísceras, atento al menor cambio de humor de sus intestinos. Le pregunto qué cenó ayer. Responde:

­-Dos latas de sardinas en aceite, una barra de pan y un gin tonic, además de una bolsa de frutos secos variados.

-¿Y cómo esperaba encontrarse hoy? -exclamo-. Debería estar celebrando con champán haberlo soportado.

He ahí un enfermo poco profesional. Si mi cuerpo aguantara tal agresión antes de irse a la cama, yo sería feliz, aunque me hubiera pasado la noche regurgitando.

-Eso no es todo -añade el aprendiz de enfermo-: mientras me llenaba como un cerdo, veía Sálvame en la tele.

Cuando me llega el turno, entro en la consulta, saludo al endocrino, me siento frente a él y charlamos de enfermedades durante 15 o 20 minutos. Luego me toma la tensión por pura rutina, me pregunta por la familia y nos despedimos. Al médico hay que ir cuando no te duele nada. Lo dicen los japoneses.

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