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Abajo Franco y Gibraltar español

Cuando Pedro Sánchez se ha puesto farruco, realmente farruco, ha sido con dos leiv motiv del discurso político franquista: Gibraltar y el propio Franco. Por supuesto, no intento decir que el presidente Sánchez cojee de ninguna pata rojigualda, sino que, simplemente, ha elegido asuntos de muy bajo riesgo para bailar la danza del guerrero: un dictador muerto hace más de cuarenta años y una colonia británica cuyo impacto en la economía española es aproximadamente nulo. Un asunto de interés social - meter unos restos orgánicos en una bolsa y depositarla donde te dejen - y uno territorial - jurar a Europa y al mundo que vetará el Brexit si en el convenio de divorcio no queda claro que a España se le reserva una suerte de patria potestad sobre los gibraltareños. No hubiera estado mal que Sánchez y los suyos, por ejemplo, hubieran conseguido aprobar unos presupuestos generales antes de nombrar un Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil, y no a la inversa. O que su estrategia para normalizar la situación en Cataluña no consistiera en hacer cosquillas en los pies de Torra cuando Torra ni siquiera ha transigido en lavárselos. No es el caso.

Es sorprendente que las maniobras de distracción del Gobierno sanchista estén tan enraizadas en un imaginario franquista que a su misma base socioelectoral le es bastante ajeno. Servidor, por ejemplo. Me encantaría que sacaran a Franco del Valle de los Caídos, sí, y a mi juicio, cualquier vertedero municipal serviría para satisfacer el paso siguiente. Eso, muchacho, está muy bien, incluso es justo y necesario, pero, muy francamente te lo digo, no es suficiente para legitimarte como una opción de izquierda, no se diga para justificar un Gobierno. Para colmo no te sale bien, y no te sale bien, porque lo has improvisado, y ahí continúa el Franquísimo, cómodamente instalado en Cuelgamuros, y si te pilla el adelanto electoral, ni siquiera vas a poder presentar como un éxito a tus electores el sacar un cadáver semimomificado de su tumba. Una preciosa metáfora de la impotencia política de un PSOE que ya hasta ha perdido espejos en los que identificarse,

Con Gibraltar ocurre algo parecido, aunque tenga cierta mayor gravedad. La retirada -parcial - del Reino Unido de la Unión Europea ha sido un proceso duro, áspero, complejo, agotador, a ratos traumático. Pegar un grito pocos días antes de la ratificación del tratado por el Consejo Europeo no parece una estrategia inteligente, comprensible ni eficaz. Gibraltar no vale esa bronca, ni siquiera como recurso publicitario. Porque las exigencias de Sánchez pueden ser obviadas perfectamente por Michael Barnier y su equipo, por Jean-Claude Juncker y por los principales gobiernos europeos: sensu estricto, España no tiene capacidad de veto. La imagen del Gobierno socialista quedaría lastimada en Bruselas y aquí la frustrada gresca serviría para una jocosa lapidación. Recuerdo que en una novela de Jules Verne, Héctor Servadac, un comenta roza la Tierra y arranca un fragmento del Mediterráneo, incluyendo varias docenas de personas, que se ven abocadas a un viaje por el sistema solar. También se ha llevado a Gibraltar y al destacamento británico que defiende el Peñón. El resto de los supervivientes intentan hacerles entender que ya no se encuentran en el planeta Tierra, sino en un diminuto cometa, a decenas de miles de kilómetros de distancia. Y el coronel al mando del destacamento inglés les replica:

--Si fuera así ya Londres ya nos hubiera informado al respecto. Haga el favor de no molestar y abandone el territorio británico.

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