Se lee en las Lecciones de la Filosofía de la Historia, hacia el final: «Los italianos son naturalezas improvisadoras que se derraman totalmente en el arte y en el goce bienaventurado. Con semejante naturaleza artística, el Estado ha de ser necesariamente un azar». Hegel se permitía ser tan rotundo antes de la unidad nacional italiana, pero quizá podría serlo hoy en día, cuando de nuevo las naturalezas improvisadoras se entregan al goce de la huida hacia delante. Por supuesto, no ignoramos que Hegel hablaba de la música y desde una mirada que descubría las compensaciones: los italianos tienen la canción en la boca y el goce del singular que en ella se expresa, pero no conocen lo universal concreto del Estado.

Me pregunto qué habría dicho Hegel de los españoles a la luz de la experiencia de estas últimas semanas. Si hubiera reflexionado sobre los lamentos de nuestro flamenco, en caso de que lo conociera, quizá podría haberlo relacionado con la vieja sentencia de la Crónica Mozárabe, del 754, escrita por algún clérigo instalado en la periferia oriental de la Península. «Ni aunque todo mi cuerpo se volviera lenguas, podría relatar los males de Hispania», escribió. Hegel podría haber identificado que los españoles se han acostumbrado desde antiguo a una expresión dolorida, efecto de las desdichas de su Estado y de los sufrimientos que lo afligen. El clérigo mozárabe, confuso ante el futuro, sólo veía un consuelo: tras despreciar el reino de los godos, espera la ocasión de que el nuevo régimen fundado en el gran profeta Mahoma sea más benévolo con los hispanos.

Así, el Estado para los italianos puede ser un completo azar. Para nosotros es un aparato que nos ofende. En verdad, lo que hemos visto estas semanas deja poco margen para no repetir la frase de la crónica. Hemos visto a los tres poderes del Estado, a los tres, cometer fallos delirantes y sintomáticos. El judicial, con las sentencias sobre el impuesto de los actos jurídicos documentados; el legislativo, con la bronca de Rufián y los escupitajos reales o ficticios en el pleno; el ejecutivo, despistándose en la fase final de la negociación del brexit, sin detectar que le estaban quitando del acuerdo unas frases claves de las que se sentía orgulloso. Vemos así que los tres momentos de la representación de la ciudadanía -en cuyo nombre se legisla, se juzga y se gobierna- no demuestran el debido respeto por los representados, a los que humilla a cada paso.

Y para más sufrimiento, la cosa llega al colmo con el comportamiento de aquéllos que tenían que ser los mediadores de la representación ciudadana, los líderes de los partidos políticos. Su tarea es articular la relación de los poderes del Estado con la ciudadanía. Sin embargo, se han convertido en defensores de su propio arcano de poder, entregados a divisiones irreductibles. Que carecen de toda fiabilidad es lo que se ha demostrado con la ruptura del acuerdo sobre el poder judicial. Cuando las cosas se hacen con la indignidad con que se hicieron para llegar al acuerdo, lo lógico es que todavía vaya a peor cuando el pacto se deshace. En realidad, todo fue de mal en peor. El PSOE mostró que cuando se trata de lo decisivo, de conformar el entramado de poder, aún muestra su querencia por el bipartidismo. Por su parte, el PP demostró que es un nido de tensiones y que no puede romper con su pasado.

Bastó que el juez de la Gürtel fuera elevado a vocal del Consejo, para que todo estallara. Que Casado es un líder débil se vio en que no pudo resistir la presión de los que, en su partido, no toleran que un juez los haya juzgado y condenado. Que el WhatsApp de marras sobre Marchena saliera de su secretario general sólo puede tener un significado: que la dirección del partido estaba tranquilizando a los que no podían asumir el acuerdo. Estos han ganado la partida dándolo a conocer. En realidad, aquel era un mensaje de debilidad extrema y deja a Casado con un secretario general quemado. Pero es un aviso al mismo Casado. No se tolerarán debilidades con los que han atacado al partido. Autocrítica, la mínima. Asumir la sentencia de la Gürtel como un nuevo comienzo, jamás.

Esta fronda interior hace del PP en este momento un partido inseguro, y cualquier voluntad de acuerdo para recomponer el bipartidismo es errónea. En este asunto, Ciudadanos ha mantenido el tipo y ha sido coherente, aunque su posición es unilateral y errónea. En todo caso, lo que queda de legislatura es relevante para fijar posiciones, y cuanto más de principios sean, mejor. Más vale dejar en vigor un Consejo General del Poder Judicial completamente desprestigiado, que no reconstruirlo con una componenda intolerable. Resulta evidente que nos acerca más a la reforma necesaria del Poder Judicial mantener como imposibles los acuerdos según la vieja norma, que seguir ofreciendo la apariencia de que la norma funciona. Podemos se pasó de posibilismo en este asunto al entrar en un pasteleo vergonzoso entre actores que carecían de fiabilidad, con una ministra débil.

Pero todavía teníamos que ver lo peor cuando, para compensar un fallo de atención en el tratado respecto de Gibraltar, Sánchez tuvo que sobreactuar con la amenaza de vetar el acuerdo del brexit. Por supuesto, nadie en su sano juicio creería que Sánchez hiciera tal cosa. La diplomacia de la UE llegó a una solución de compromiso, usando las herramientas de una jerarquía sutil de garantías y entregando a España una de valor medio, sin cerrar jurídicamente el asunto. Esto significa que se le reconoce a España la opción de dar la batalla cuando llegue el momento oportuno. Pero entonces, impulsados por la carencia completa de sentido de Estado, la oposición del PP y de Ciudadanos en tromba se han lanzado contra el Gobierno, debilitando su posición sin pudor. No imaginamos la eficacia de esa futura lucha cuando los británicos tengan una hemeroteca a su disposición en la que importantes líderes españoles valoraban ese principio de acuerdo como papel mojado y una tomadura de pelo. No quiero ni pensar lo que podría pasar en el caso de que los que tuvieran que dar la batalla en el momento oportuno fueran los mismos que han calificado el acuerdo de esa manera. Quedarían desautorizados por sí mismos.

Así son nuestros representantes, ayudando al país. Y cuando ya nadie entendía nada, para aumentar la perplejidad, Iglesias anunció que no se puede gobernar por decreto-ley y que da por acabada la legislatura. Este anuncio no acaba de entenderlo nadie y no logro ver la motivación profunda para hacerlo de forma tan abrupta y unilateral. En todo caso, no me parece que fomente la credibilidad de Podemos como futuro partido de gobierno. Por supuesto, la convocatoria de las primarias más innecesarias de la historia, justo en el momento en que se abre el ámbito electoral de Elecciones Autonómicas y Municipales, tampoco ayuda a entender los motivos políticos de todo esto.

Cuando el monje mozárabe pedía que su cuerpo se trocara en lenguas, todavía no se había olvidado el Laus Hispaniae de san Isidoro de Sevilla. Hablaban de cosas diferentes. El monje se refería al poder político hispano; el santo de Cartagena, a la abundancia de frutos y la variedad de las tierras. Seguimos así. The Guardian publicaba el 19 de octubre de 2018 un largo artículo en el que se hacía de España el mejor país para nacer. Luego desgranaba sus muchas ventajas y liderazgos. Ninguno de ellos depende de la virtud de nuestros representantes políticos. Hegel podría decir que, con una vida social tan satisfactoria, los poderes del Estado se pueden permitir ser tan torpes e ineficaces. Y en cierto modo tendría razón.