En lo que a asuntos éticos se refiere no es habitual encontrar dentro de la comunidad científica una respuesta unánime. Así ha sucedido con el reciente anuncio del nacimiento de dos gemelas chinas modificadas genéticamente. La condena ha sido general y además categórica. Incluso el profesor Julian Savulescu, reputado especialista en ética médica de la Universidad de Oxford, cercano al ideario transhumanista y defensor de la investigación para la introducción de mejoras en el código genético humano, ha tachado el experimento de monstruoso. Y es que el equipo dirigido por He Jiankui, genetista chino formado en Estados Unidos, parece haberse saltado todos los protocolos éticos internacionales y, lo que es más importante, dejado a un lado el sentido común.

No hay todavía una publicación científica que describa con rigor el experimento, pero la poca información con la que contamos, salida de la boca del mismo He Jiankui, es desalentadora. Emplearon la herramienta de edición genética CRISPR en varios embriones fecundados in vitro con el objetivo de hacerles resistentes al VIH. Es decir, niños sanos han sido sometidos a una técnica todavía en fase experimental que está asociada a medio-largo plazo a mutaciones cancerígenas y a enfermedades autoinmunes. El hecho es tan grave que La Comisión Nacional de Sanidad de China, que no destaca por su celo en la defensa de los derechos humanos, ha ordenado la inmediata investigación del caso.

La noticia despierta varios interrogantes. ¿Cómo han logrado esquivar los controles éticos? La universidad china a la que estaba adscrito He Jiankui asegura que el genetista se encontraba en excedencia desde hace meses y que desconocía el proyecto. Probablemente se desarrolló en la sede de alguna de las dos empresas de edición genética que posee. Todo apunta a la existencia de conflictos de intereses económicos que hacen que el experimento sea más aberrante aún. Detrás de lo que les pase a Lulu y Nana (nombres ficticios con los que el Dr. He se refiere a las gemelas chinas) estaría el más banal de los deseos, el deseo de lucro. O quizá no tan banal, dada la cantidad de dinero que hallazgos de esta índole -los verdaderamente exitosos, sin efectos secundarios- moverían.

La respuesta al primer interrogante conduce a otro más oscuro. Si esto es así, ¿cómo es posible que este tipo de tragedias no ocurran más a menudo? Probable y lamentablemente sí ocurren pero no son hechos públicos. Solo son noticia los experimentos exitosos, aunque el éxito consista en llevar el feto genéticamente manipulado a término, sin importar lo que pase después. Sabemos que el equipo de He Jiankui manipuló los embriones de siete parejas y que solo Lulu y Nana sobrevivieron. Probablemente no volvamos a oír hablar de ninguna de las dos niñas, por supuesto, para preservar su derecho a la intimidad, o al menos eso nos dirán.

Greroy Stock, exdirector de la Escuela de Medicina de la Universidad de California, Los Ángeles, escribió hace ya algunos años: «La ciencia es imparable y segura. Está en manos de científicos responsables.» Esto es cada vez menos cierto, quizá nunca lo fue. Pero lo innegable es que el número de normativas y controles para prevenir y frenar la actividad científica ilícita crece y crece. Algunos creerán que es signo de una mayor sensibilidad y respeto por el sujeto de investigación. En mi opinión, y de la de muchos de los que desconfían en la fe ciega en la ciencia que comparten muchos transhumanistas, es un fenómeno que obedece al aumento en el número y calidad de los abusos cometidos en nombre del progreso.

En unas declaraciones a Associated Press, He Jiankui se defiende: tras el logro «es la sociedad la que deberá decidir qué hacer a continuación». No entiende que el científico no puede delegar su conciencia en otros, externalizarla, desentenderse de los frutos de su trabajo y del contexto histórico que habita y conforma. Cuando eso sucede es difícil resistir la llamada del dinero y tentador saltar de país en país para hacer lo que uno quiere hacer donde es legal hacerlo.

No importa cuánto endurezcamos la legislación; mientras la conciencia del científico no recupere protagonismo será como poner diques al mar. Otro botón de muestra. En las mismas declaraciones a AP, He Jiankui afirma que si algo saliera mal «sentiría el mismo dolor que ellos y será mi propia responsabilidad.» Y le creo. De lo que sospecho es de su capacidad para empatizar. Alguien capaz de ponerse, verdaderamente, en el lugar de Lulu y Nana no hubiera aceptado jamás participar en un experimento que probablemente, ojalá me equivoque, arruinará su futuro. Para ser un buen científico hace falta tener un buen cerebro y un corazón sano.