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Las maestras del Ngorongoro

Las hienas no son especialmente tiernas. Todo lo contrario. Parecen agresivas y poco nobles. Intuyo que las películas de Walt Disney tienen parte de responsabilidad pero así, a bote pronto, no elegiría a una hiena como animal de compañía. Aunque reconozco que, desde hace días, me interesan. Sobre todo, las del Ngorongoro. Y es que resulta que investigadores del Instituto Leibniz para la Investigación Zoológica y de Vida Silvestre, junto a expertos del Instituto de Ciencias de la Evolución de Montpeller han descubierto que las hembras manchadas, las que viven en Tanzania, son más dominantes. La razón no es porque sean más agresivas que los machos, que lo son. O que sean más fuertes y peleonas, que también lo son. El motivo es que estas hembras del Ngorongoro reciben mayor apoyo social. Dominan porque establecen lazos sociales significativos entre su clan. Vínculos que les permiten sentirse más protegidas y seguras. Para entendernos, la hiena con más seres queridos dispuestos a dar la cara por ella si la cosa se pone fea, es la que gana. Porque sabe que no está sola. Visto desde esta perspectiva, todos somos un poco hienas. Necesitamos sentirnos apoyados. El equipo de investigadores también afirma que las hembras que pierden los vínculos del grupo porque quedan huérfanas, dejan de tener un rol dominante y que los machos son menos proclives a establecer lazos sociales estables porque son más itinerantes y más proclives a ir de flor en flor. Comienzo a cuestionarme eso de adoptar a una hiena como mascota.

De vuelta al mundo de los humanos, que visto lo visto no difiere demasiado del animal, leo iniciativas de los vecinos del barrio palmesano de Santa Catalina, que quieren combatir la soledad a base de amabilidad y de inculcar la buena convivencia. Los habitantes de una de las zonas que más padece las consecuencias de la gentrificación, han presentado una serie de carteles informativos que recuerdan que en los bares siempre habrá una silla para que el cansado se tome un respiro. O un vaso de agua para el sediento. Ilustraciones que conciencian sobre el abecé de la convivencia social y la buena educación: ayuda al vecino que va cargado o no aparques mal tu coche, no vaya a ser que impidas el paso a una persona con movilidad reducida. Algo parecido impulsa la web ¿Tienes sal? Que las personas del barrio conecten y ahuyenten el fantasma de la soledad y la falta de relaciones. La gran epidemia de este siglo. Todos tenemos un móvil para conectarnos con el mundo, pero desconocemos el nombre de quien vive al lado. Pienso en las hienas del Ngorongoro. En lo poderosas y fuertes que se sienten cuando son conscientes de que están acompañadas. En cómo se protegen, se defienden y están seguras porque caminan juntas. Y pienso en nosotras, las mujeres. Concretamente, en una que conozco. Alguien que, a pesar del miedo, ha denunciado. A pesar de tener que reestructurar su vida, sus rutinas y tener que vigilar sus espaldas para protegerse del demonio, se atreve a mirar hacia delante. Y, sí, soporta amenazas. De él y de su entorno. En casa, en el trabajo, en la calle y en la red. Ojalá sienta que no está sola. Que en esta batalla, nos tiene a todas. Las hienas han resultado ser grandes maestras.

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