Dret es art bona e eguall que parteix ço que es just de ço que no es just, e ço que es egualtat de ço que no es egualtat, e ço que es leeríua cosa de ço que no es leeríua cosa, e que dona a cascun son dret, e ço que deu esser seu.(Els Furs. Rúbrica: De significació de paraules. Foli 94 vº del manuscrit de Boronat Péra)

Estamos de celebración este año. Nuestra Carta Magna alcanza la edad de cuarenta años. ¿Podríamos hablar de la crisis de los 40? Un poco sí. Reconozco que nació por consenso y sirvió para dar estabilidad y paz a un país que acababa de dejar atrás cuarenta años de dictadura. Llegar a un consenso no es alcanzar la mejor de las soluciones sino la menos mala para todos. Por el camino quedaron intereses particulares, derechos que se renunciaron, o no se reclamaron, o no se concedieron, todo por conseguir un equilibrio, un amplio paraguas aglutinador. La duda que surge en este momento es si la Constitución nos describe a todos los españoles como pueblo, si nos define e identifica. Si un valenciano, un vasco, un madrileño, un andaluz, un extremeño o un catalán (por poner algún ejemplo y sin pretender ser exhaustiva), se ven reflejados en el espejo de nuestra Constitución. Y yo creo, sinceramente, que muchos no. Cierto que constituye el marco común, cierto que es la pieza fundamental y angular de nuestro sistema democrático, de nuestros derechos y libertades y que viene aguantando embistes y sacudidas, pero también es cierto que ya va necesitando un lifting, una revisión, una adaptación a los nuevos tiempos, a las nuevas necesidades sociales y al desarrollo de los distintos pueblos que conforman el estado español. Parece un poco absurdo que adaptemos las leyes a los nuevos tiempos, a las nuevas tecnologías, a los nuevos cambios sociales, a las nuevas demandas, a los nuevos derechos, a un reconocimiento pleno de la igualdad entre mujeres y hombres y, en cambio, no nos atrevamos a llevar a cabo esa necesaria adaptación en la madre, en la norma suprema. No voy a entrar en el debate de si monarquía sí o monarquía no, pero ¿no resulta un poco absurdo que proclamemos cada día la igualdad entre hombres y mujeres y mantengamos en nuestra Carta Magna la preferencia del hombre sobre la mujer en los derechos sucesorios a la Corona? ¿No es perpetuar una desigualdad?

Otra desigualdad: la de las autonomías. Antes de entrar en la problemática, entiendo que las hay de primera, de segunda y, si me apuran, hasta de tercera. Las hay que aglutinan y reconocen a un pueblo que se siente pueblo y se identifica como pueblo, distinto de, y las hay que se llaman autonomías porque así se dividió el territorio, pero no tienen conciencia propia de pueblo, distinto de. Negarlo sería negar la mayor. Y nuestra Constitución, que proclama la igualdad de todos los españoles ante la ley, es la máxima “defensora” de las desigualdades entre los distintos pueblos, naciones o países que conforman el estado español. No voy a entrar tampoco ni pretendo generar debate sobre qué es un pueblo, país o nación, porque no importa el nombre, importa el sentirse distinto de e igual a, importa la identidad, la lengua, la cultura, distinta de e igual a. Y, por desgracia, es un hecho que los valencianos somos uno de los pueblos distintos de, más maltratados, con un trato más desigual en el conjunto de la nación española. Si fuéramos de tercera, si no fuéramos un pueblo, con sentimiento de pueblo, con historia propia, con cultura propia, con lengua propia, daría lo mismo. Pero resulta que somos pueblo, somos distintos de y se nos ha dejado con los iguales a. Y ahí, nuestra Constitución hace aguas de nuevo por permitir esa desigualdad, ese maltrato. Nunca entenderé porque tanto reparo a revisar la Constitución, a adaptarla. Igual es que la madurez democrática no lo es tal. Igual aún arrastramos muchos fantasmas, muchos miedos, muchas inseguridades. Igual es que en este estado de todos hay mucha gente que se avergüenza de lo común, de lo que nos aglutina. Igual es que todavía no hemos superado ese pasado común y gris que fue la dictadura. Al igual que reconocemos el machismo todavía latente en la sociedad, deberíamos reconocer esa inmadurez democrática. Al menos hasta que respetaremos al otro, al distinto, al que no piensa igual, al que no habla igual, sin calificarle, sin tildarle de, sin etiquetarle. Y después de estas reflexiones y como estamos de cumpleaños yo pido un deseo a la cumpleañera: que se lo haga mirar, que se revise, que se adapte, que permita que yo como valenciana, como pueblo distinto de, deje de ser maltratada. ¿Qué pido? Que se reforme la Constitución. Me da lo mismo si se considera cuarentona o cuarentañera. Que se reforme para avanzar en el desarrollo de un modelo de convivencia que reconozca la pluralidad, que respete las señas de identidad propias, garantizando la igualdad efectiva.

¿Y qué reforma pido? Pido que se permita al pueblo valenciano, el mío, que pueda legislar en materia de derecho civil, tal como reconoce nuestro Estatuto de Autonomía. Es una petición fundada en derecho, no en un deseo, no en un capricho. Porque nuestro Estatuto de Autonomía así lo reconoce. Porque el Tribunal Constitucional ha concluido (excepción hecha del voto particular) en cada uno de los recursos interpuestos contra las leyes dictadas

por las Cortes Valencianas en materia civil luego de la reforma del Estatuto de Autonomía de 2006, (custodia compartida, régimen económico matrimonial y parejas de hecho) que conforme al texto constitucional vigente, la Comunidad Valenciana carece de legitimidad para legislar en materia civil, cerrando la puerta a esta Comunidad para hacer leyes civiles, dejando la competencia autonómica en punto muerto. Porque la única manera de reabrir esa puerta es mediante la reforma constitucional, reforma que no deja de ser técnica o menor, con la única finalidad de evitar discordancias entre la Constitución, tras la interpretación contenida en las sentencias del Tribunal Constitucional y el Estatuto de Autonomía Valenciano. Porque, a través de los fueros, el pueblo valenciano tenía su derecho civil propio, derecho que le otorgó Jaime I y le fue arrebatado por Felipe V con el Decreto de Nueva Planta en 1707, luego de casi quinientos años de vigencia, Decreto que abolió bruscamente y de cuajo el ordenamiento político e institucional foral del Reino de Valencia, que lo sustituyó por otro, que impidió a los valencianos testar como querían u otorgar capitulaciones matrimoniales. Porque es una reivindicación común al pueblo valenciano, una reivindicación que han suscrito más de cuatro millones de valencianos y en la que hay casi un consenso total en la clase política valenciana (excepción hecha de Ciudadanos). Porque los Fueros no son de derechas ni de izquierdas, son un legado histórico del que nos sentimos orgullosos y que hacemos valer para reclamar ese derecho a legislar en materia civil. Hemos de recuperar ese derecho, actualizado, adaptado, ese derecho cotidiano de las personas en su día a día, en el ejercicio de su cotidianidad, ese derecho que resuelve conflictos de intereses, ese derecho que regula la forma y consecuencias de objetivos coincidentes, ese derecho que es el derecho del matrimonio, de las herencias… Porque el derecho civil es una seña de identidad, es el que define, junto con la lengua, un pueblo, en este caso, el pueblo valenciano, contiene parte de nuestro ADN, de nuestra historia, de nuestra idiosincrasia y la reintegración a los valencianos del que fuera su Derecho civil foral actualizado, ajustado a los valores y principios constitucionales, permitirá que nos reencontremos con una buena parte de nuestra identidad perdida o abolida. Porque el derecho foral es una pieza clave del autogobierno valenciano. Porque es nuestro derecho.

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