En 1978, siendo un adolescente, viví con ilusión el referéndum constitucional, esperanzado en que las cosas iban a cambiar para bien en este país. Recuerdo que aquel miércoles 6 de diciembre, día nublado y lluvioso, mi padre fue miembro de una mesa electoral; todavía conservo en casa papeletas del referéndum y el primer ejemplar que se distribuyó de la Constitución que estaba escrito en valenciano y castellano. Muchos descubrieron por primera vez que un voto valía más que mil gritos como decía uno de los eslóganes que animaba a la participación. Tu voto es tu fuerza decía otro de los anuncios. Votar libremente, entonces y ahora, es una responsabilidad y un derecho por el que muchísima gente luchó. La memoria democrática debería de poner en valor el voto afirmativo de los 15.706.078 españoles que nos regalaron la mejor constitución en la historia de España. Escuchar a Dolores Ibárruri hacer campaña a favor del sí o ver votar aquel día a Josep Tarradellas, Adolfo Suárez o Santiago Carrillo, con sus carnets de identidad azules, fue un soplo de aire fresco para una España que quería dejar atrás los fantasmas del pasado. La Constitución fue aprobada en un año en el que la situación económica era muy difícil; la peseta se había devaluado un 20%, la economía no mejoraba, ETA y el GRAPO seguían asesinando y existía un gran malestar en el ejército. El fin de la censura hizo que eclosionara el boom del destape; el pecho de Susana Estrada quedará para la historia gráfica en la entrega de un premio por parte de Enrique Tierno Galván. Suárez viajó a Cuba y se entrevistó con Fidel Castro, rompiendo moldes, como era característico en él. A pesar de todos los problemas fuimos capaces de llegar a consensos.

El acuerdo y la negociación dieron como fruto la Constitución de 1978 que impulsó el progreso de España. Hoy día vivimos en un país muy diferente al que aprobó aquella Carta Magna ya que en cuarenta años hemos pasado de ser una nación tercermundista a situarnos en la vanguardia del mundo. Nuestra sociedad es más abierta y con un nivel de vida superior al de 1978 a pesar del victimismo negativo y de la trifulca diaria. Freedom House en su informe de 2018 puntúa a España con una calificación muy buena por lo que se refiere a las libertades políticas y civiles, superando a naciones muy bien consideradas como Francia o EEUU. El instituto Georgetown para la Mujer, la Paz y la Seguridad otorga a España la quinta plaza entre 153 países en cuanto a la participación femenina en la vida pública, igualdad legal, formación o percepción de seguridad. Evidentemente nos quedan muchos problemas por resolver que debemos afrontar con atrevimiento e ilusión.

La Constitución está viviendo la crisis de los cuarenta, ante la cual podemos tirar por tierra todo lo conseguido o convertir esta crisis en una oportunidad para mejorar nuestra Carta Magna. Sería muy beneficioso emprender, sin crispaciones, un proceso de actualización del texto constitucional adaptándolo a los nuevos tiempos. No hay que tener miedo ni dramatizar las reformas constitucionales: Alemania lo ha hecho en sesenta ocasiones desde 1949, en Francia se han realizado veinticuatro revisiones desde 1958, en España hemos efectuado dos modificaciones por recomendaciones europeas. La cultura de la reforma positiva nos daría mucha fuerza para afrontar los nuevos retos que se nos presentan.