Conmemoramos el 40º aniversario de nuestra Constitución, todo un hito histórico que pone en valor una historia de éxito, sin ninguna duda. Pero también, asistimos a una peligrosa ceremonia de la confusión sobre ese marco de convivencia que los españoles nos dimos en 1978. Tiempos convulsos donde se cuestiona todo y a todos. Con la “nueva” política y su fórmula letal, que mina los cimientos de cualquier sociedad, rompiendo los grandes consensos y minando la base de su convivencia. Una fórmula de fatales consecuencias, de la que nuestra historia está llena de lamentables y tristes ejemplos.

Porque sin aquellas grandes renuncias de todos, lideradas por unas élites políticas a la altura del momento histórico, hubiera resultado imposible. Renuncias dolorosas pero necesarias para alcanzar el gran acuerdo constitucional, derribando muros de intransigencia y levantando puentes de esperanza, que nos han llevado a disfrutar el mayor período de paz y prosperidad de nuestra historia. Una Transición ejemplar en un proceso histórico bajo tres premisas fundamentales, reforma, ruptura y consenso, como bien nos explicó el profesor Rafael del Águila. Frente a ello, la real amenaza de los que buscan romper el sistema, para ganar a través de la revolución, la involución y el revisionismo histórico, lo que nunca ganarán en las urnas.

Un momento para la reflexión que nos lleva a preguntarnos ¿qué hicieron mal nuestros abuelos y padres para que ahora, sus hijos y nietos renieguen de ese esfuerzo y compromiso colectivo? ¿qué sociedad hemos generado donde el sentimiento de autodestrucción ha vuelto a resurgir con tanta fuerza? Es imposible, desde un razonamiento lógico dar una respuesta. Solo el conformismo, el excesivo paternalismo, la indiferencia y el relativismo, la comodidad y la pérdida paulatina de ese espíritu cívico, generoso y solidario, la renuncia a la cultura del esfuerzo, han propiciado esta degeneración democrática a la que asistimos.

Este Aniversario debe hacernos reflexionar sobre dónde estamos, el coste de llegar hasta aquí y hacía dónde queremos ir. Es un buen momento para recordar que la democracia es un sistema en el que la responsabilidad de lo que ocurre la tienen los ciudadanos. Y no se trata de tirar balones fuera, ni eludir un ápice de responsabilidad de las actuales élites políticas, pero sí de poner en valor la responsabilidad del ciudadano a la hora de emitir su voto. Un voto a sus legítimos representantes a través de los partidos políticos, tal y como nos lo dice el art 6 CE.

Llega la hora de hacer balance de verdad ante las nuevas citas electorales que se avecinan. Momento para poner en la balanza todo eso de lo que tanto hablamos y discutimos en nuestros entornos familiares, laborales, con los amigos. El art 23 CE expresa ese derecho de participación ciudadana. Vivimos bombardeados por constantes cantos de sirena, voces salvíficas, fórmulas mágicas y discursos populistas, bien mezclados con grandes dosis de desinformación bien elaborada desde los laboratorios sociales, que están generando un escenario propicio para volver a tropezar en la misma piedra. Todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Demasiado egocentrismo y narcisismo que cuestionan las propias fuentes de nuestro sistema, el mismo que nos describió Pericles.

No podemos permitirnos desandar un camino donde hemos ido dejando sangre, sudor y lágrimas. Es mucho lo que nos queda por hacer juntos. Y ese vínculo constitucional que nos une, debe ser reforzado desde la responsabilidad y la reflexión serena. Debemos dejar de topar menos y reflexionar más, para seguir construyendo una verdadera sociedad cosmopolita, porque juntos no es que seamos más, es que somos mejores.