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La opinión publicada

La izquierda accidental

Los insólitos (por inesperados) resultados de las elecciones andaluzas del pasado domingo pueden tener consecuencias de largo alcance. En España y también en la Comunitat Valenciana. Algunas encuestas pronosticaron la entrada de Vox, pero ninguna lo hizo con ese espectacular 11% de los votos, doce escaños (de 109) y la llave del Gobierno andaluz en sus manos.

La fulgurante entrada de este partido en la política española supone cambiar muchos de los parámetros en los que hasta ahora, con vistas a las elecciones de mayo, se movía todo el mundo. Por ejemplo, la idea de que el Gobierno de Pedro Sánchez suponía réditos para el PSOE (tal vez al principio fuera así, pero ahora, desde luego, es al revés). O la de que el pescado estaba vendido en la Generalitat Valenciana y el ayuntamiento de València, porque ambos los tenía ganados la izquierda, así que ésta podía permitirse sestear y recoger los réditos de no haber sido tan horrible como el PP de los últimos años; sobre todo, desde un punto de vista estético (porque, por lo demás, no es que haya hecho gran cosa).

Todo eso se ha acabado. Se acabó el posible adelanto electoral en la Comunitat Valenciana; en cambio, es previsible que Sánchez sí que adelante y haga coincidir las elecciones generales con los demás comicios de mayo (o que las convoque justo después, si se encuentra con un nuevo descalabro). Puede que Vox no obtenga un 11% en la Comunitat Valenciana, o en el conjunto de España, pero está claro que su entrada supone un giro a la derecha, porque no desgasta al PP y Ciudadanos en la medida en que sube. Globalmente, implica que la izquierda pierda por primera vez en su historia unas elecciones autonómicas en Andalucía, la comunidad autónoma más poblada de España y el histórico granero electoral del PSOE (el otro que tenían los socialistas, Cataluña, ya desapareció hace años).

La izquierda española puede lamentarse todo lo que quiera sobre los resultados de Andalucía, echarse mutuamente las culpas y jamás plantearse soluciones. Pero mientras no ofrezca a los ciudadanos un proyecto creíble, que permita arbitrar una salida al dilema territorial (es decir: Cataluña), seguirá erosionando su base electoral, y llegaremos a una situación de 60% a 40%, donde la derecha gobernará prácticamente en todas partes, pues ya ha quedado muy claro que el PP no hará ascos a pactar con Vox (no en vano, Vox viene de su seno, y de sus votantes), y Ciudadanos probablemente se ponga de perfil para capitalizar el voto de centroderecha en su disputa con el PP, una vez abandonó la socialdemocracia en su ideario, hace ahora casi dos años.

El presente escenario deja claro, por mucho que el CIS se invente encuestas y porcentajes, que el Gobierno de Pedro Sánchez lo tiene muy negro para perdurar. Llegó para echar a otro (a Rajoy) y nunca debió quedarse en La Moncloa, más allá de convocar elecciones (seguro que ahora se arrepienten de no haberlo hecho de inmediato). También destruye, de paso, a su principal alternativa interna, Susana Díaz, que fútilmente se nos intentó vender como gran esperanza, carismática y resolutiva, del socialismo español, y nunca fue sino una apparatchik que no ha trabajado en su vida (como Sánchez, por cierto), incapaz de ganar nada si no le dan los avales y los resultados hechos. Su torpeza, en el adelanto electoral y en una campaña que ha desmovilizado a sus votantes, ha puesto las condiciones para perder Andalucía, la joya de la corona del PSOE.

En la Comunitat Valenciana, con estos resultados, y sin necesidad de extrapolar, es evidente que ahora mismo la izquierda lo tendría muy difícil para mantener el ayuntamiento de València (y, con él, también perdería la diputación provincial). Y que la Generalitat, que el bloque de izquierdas daba por segura (porque se ganó con un margen mucho mayor que el ayuntamiento en 2015), también peligra.

A la izquierda sólo le queda un consuelo para las elecciones trágicas que vivió el domingo pasado: la baja participación, por debajo del 60%, y el hecho obvio de que, más que trasvase de votos de la izquierda a la derecha (aunque también hubo, sobre todo del PSOE a Ciudadanos), su descenso se debió a la desmovilización de su electorado. Y nada mejor que la amenaza ultraderechista para movilizar a los suyos.

Dado que ni Sánchez ni Puig ofrecen mucho, más allá de no ser tan de derechas como el PP, eso quizá les valga para tensionar las elecciones y llevar a la gente a las urnas. Pero, en el largo plazo, no servirá, incluso aunque ganen las próximas elecciones, si no viene acompañado de un proyecto coherente, convincente, y que responda a las necesidades de los ciudadanos. Si esto no se da, la izquierda pasará a ser claramente minoritaria en España, un gobernante esporádico. Cuatro años de izquierda tras veinte de PP, o unos meses de la «izquierda» de Pedro Sánchez tras siete años de Rajoy. Y lo que vendrá después no sólo será más derecha, sino peor que la que tuvimos antes.

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