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Javier Cuervo

Artículos de broma

Javier Cuervo

El uso jeta del delito de odio

Por el catolicismo o por la guerra civil, en casa teníamos prohibido odiar.

-Odio los deberes.

-No se odia.

En la infancia no fue problema porque a los niños -por ser débiles- sólo les preocupa la justicia. ¡Qué injusticia! La infancia educa el victimismo.

En la adolescencia fue más complicado porque las emociones alcanzan los 100 grados. Amor, odio; canciones de amor, palabras de odio y esa roña emocional que mide en un paso la distancia del amor al odio. Hay gente que se jubila y muere con esa idea, porque no aprendió del asunto más que el amor propio.

El odio no es para tanto en el diccionario. “Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”. No está en la gama del buen rollo, pero la antipatía es inevitable y desear el mal no implica hacer el mal. Los deseos son libres; los hechos están sometidos al código penal.

La infancia enseña a ser víctima y la adolescencia a odiar. En ambas enseñanzas se basa el delito de odio que recoge el código penal. Hace falta, aunque dé pie a muchos inmaduros a sentirse víctimas de odio sólo porque no gustan y pueda atiborrar los juzgados una legión de estafadores morales para los que ser víctima es una opción ventajosa.

En el discurso del odio lo punible no es el discurso (“la expresión en sí de unas ideas, por execrables que sean”) sino el odio (“cuando esta expresión se hace de modo y circunstancias que suponen una provocación al odio, la discriminación o la violencia”). Cuando son un hecho.

Después de los resultados de las elecciones andaluzas hay un cruce de acusaciones de odio delictivo entre Podemos y Vox que suena al peor uso que se puede hacer de la invocación a la ley y establece unas simetrías nada favorecedoras. Vosotros veréis.

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