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La irrupción parlamentaria de nuestra ultraderecha

Hace unos días comentaba en estas páginas que una de las noticias que han hecho que la prensa internacional se ocupara últimamente de España era el intento de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos.

Ahora vuelve nuestro país a ser noticia en los medios de toda Europa por algo estrechamente relacionado con ese plan por el momento fallido: la irrupción de la ultraderecha en el Parlamento andaluz.

A uno le han preguntado con frecuencia fuera de España cómo era posible que en nuestro país no hubiese un partido ultra como los existentes en otras partes, y uno respondía que el franquismo sociológico estaba representado ya en el PP.

Pues bien, ya lo tenemos caminando por sus propios pies y sin complejos, dispuesto a la reconquista de la patria común frente a una izquierda que sólo aspira a romperla.

Hace ya meses escribí en otra columna a propósito del desafío catalán que si algo no perdonaríamos nunca los demócratas a los independentistas era el hecho de que estuviesen alentando a la extrema derecha en todo el país.

Y es por desgracia lo que ha ocurrido: los resultados de las elecciones andaluzas, desastrosos para la izquierda, no se entienden sin el rechazo que la deriva independentista catalana ha provocado en muchos ciudadanos.

Por supuesto que han influido también, y mucho, los intolerables casos de corrupción en el partido de Susana Díaz, pero con seguridad ha sido aún determinante el desafío catalán, hábilmente explotado por la derecha.

Tanto el PP como Ciudadanos han tratado de competir con la ultraderecha de Vox para ver quién sacaba más banderas de España a los balcones mientras acusaban a la izquierda de pactar con los "golpistas".

Y en esa pugna ultrapatriótica, en la que la derecha ha tratado tantas veces de blanquear la dictadura franquista, muchos electores han preferido, como suele decirse, el original a la copia.

Podemos estar por otro lado seguros de que muchos electores ni siquiera se habrán tomado la molestia de leer los programas electorales de los partidos a los que votaban.

Y que tampoco lo hicieron muchos de los que optaron por quedarse tranquilamente en casa y ahora se dicen horrorizados por la irrupción de Vox y llaman a la resistencia "antifascista" en la calle.

Y es que hoy cuentan muy poco los programas y mucho, en cambio, los eslóganes simplistas y las emociones, y en eso la derecha - cuanto más populista, mejor- lleva siempre las de ganar.

Porque ¿sabrán muchos de quienes han llevado a Vox a ese Parlamento que han votado a un partido que quiere eliminar las autonomías, suprimir el espacio Schengen, derogar la ley de violencia de género, acabar con el aborto en la Sanidad pública, implantar el cheque escolar, liberalizar el suelo o agravar las ofensas a España y sus símbolos?

Por un partido, en resumen, que apenas se distingue del Rassemblement National, de la francesa Marine Le Pen, la Lega del italiano Matteo Salvini, o Fidesz del jefe de Gobierno húngaro, Viktor Orbán, si es que no los supera.

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