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Ante la Vox de España

Transcurrida apenas una semana de las elecciones andaluzas todavía no sabemos qué caminos conducirán a la gobernabilidad de la Junta ni a cuántos empleados directamente nombrados por el gobierno andaluz afectará un posible cambio de poder político. Al parecer, serán muchos, habida cuenta que la Junta ha estado dominada de forma hegemónica por el PSOE-A desde los primeros comicios autonómicos, hace la friolera de 36 años, los mismos que los oficialmente vinculados a Franco (de 1939 a 1975 transcurrieron también 36 años).

La otra gran cuestión que los comicios andaluces han desvelado es la existencia electoral y poderosamente mediática de Vox, cuyo tránsito sin pena ni gloria desde su escisión del PP ha dado un giro copernicano, primero con su meteórica presentación en las Ventas de Madrid, después con una ininterrumpida sucesión de fichajes políticos y de pequeñas celebridades para, finalmente, convertirse en el gran protagonista del seísmo del 2 de diciembre.

Dado que desde entonces se han sucedido los análisis e interpretaciones, amén de manifestaciones callejeras, opiniones para todos los gustos, rumorologías, tertulias, incluso debates domésticos en hogares y oficinas, y Vox no parece dejar indiferente a nadie, trataremos de resumir las múltiples facetas aparecidas sobre Vox, que tal vez sea un movimiento social y político más simple de lo que parece pero que, en apenas siete días, se comporta de modo poliédrico y complejo ante la opinión pública.

Para empezar no se nos ha explicado si el término Vox hace referencia al vocablo latino vox que significa tanto voz humana como cualquier otro sonido gutural llevado a cabo por un animal. Entendemos que será así y que se pronunciará tal cual, aunque conviene aclarar que la misma palabra con idéntico significado existe en inglés, aunque se pronuncia con la o mucho más abierta. Existe además una locución compuesta también latina de mucho uso: vox populi, la voz del pueblo; que no se debe confundir con la versión castellana, vox pópuli, que significa en boca de todos, conocido por mucha gente... Primer lío.

Luego está la cuestión ideológica, la que le atribuye al partido liderado por Santiago Abascal un carácter fascista o, al menos, de ultraderecha o extrema derecha. Aquí encontramos todos los matices del espectro, reafirmados o negados según el opinador de turno que tomemos. Y hay que saber discernir, también, si se trata de una agrupación franquista o neofranquista, al menos sentimentalmente, o una versión modernizadora de aquel invento postideológico que dominó política y policialmente el país durante tantos años. O acaso es eso que llaman populismo y que entronca, en opinión sarcástica de Felipe González, con los mismos fenómenos que se estaban dando en casi todos los países europeos menos en el nuestro.

La sorpresa alcanza todavía más complejidad dialéctica cuando se buscan culpables del ascenso de Vox. Ese fiscal que todos los españoles llevamos en nuestro interior acusa al independentismo catalán de haber despertado al nacionalismo reaccionario español, pero también a Podemos por su lenguaje rojo revolucionario de pandereta, y al PP por maricomplejines en expresión de Federico Jiménez Losantos, y se señala a Pedro Sánchez por sus piruetas parlamentarias con izquierdistas y soberanistas en opinión de José Antonio Zarzalejos, y por marearla con la tumba del Generalísimo. Hay quien acusa a Ciudadanos del mismo modo, por haberse envuelto en la bandera rojigualda de las movilizaciones. Quien esté libre de culpa, en fin, que tire la primera piedra.

¿Y quién ha votado a Vox? No hay todavía un estudio sociológico serio al respecto, pero vayan apuntando ámbitos que hemos leído estos días: los señoritos sevillanos del barrio de Los Remedios, los taurinos, los cazadores de los pueblos del interior, los desclasados de localidades con fuerte inmigración, jóvenes descerebrados antisistema, franquistas hibernados, católicos ultramontanos, aburridos de la corrupción del PP o del clientelismo socialista y puede que cerca de 100.000 antiguos votantes de la izquierda siguiendo el mismo prodigio posmoderno del sur de Francia donde del voto comunista se pasó al lepenismo€

Queda también la controversia de si Vox será o no aceptado por cualquier otro partido para compartir gobierno o, siquiera, para negociar un apoyo parlamentario sin mojarse en la gestión -aquel invento de Jordi Pujol que coaccionó sucesivos ejecutivos españoles-. Pues en cuestión de días también hemos oído toda clase de posicionamientos y bailar la yenka tanto a Pablo Casado como a Albert Rivera en relación a Vox. Por supuesto, tendrá que definirse el propio partido, Vox, en relación ya no a sus alianzas andaluzas, sino respecto de sus exigencias para apoyar a unos y a otros, o sobre cómo piensa moldear su programa -o radicalizarlo-, en especial en sus postulados más gruesos: las relaciones con la Unión Europea, la supresión de las autonomías, la bajada por la tremenda de los impuestos, la expulsión de los inmigrantes, la supresión de las leyes de género o de numerosas empresas y empleos públicos. Así mismo, convendrá saber si su tendencia natural será situarse como un partido muy conservador pero de orden, tipo la CSU de Baviera o el Te Party estadounidense, o más bien gustará de tirarse al monte del populismo efervescente como ocurre con Le Pen en Francia, Alternativa Alemana, la Lega italiana de Salvini, el Ukip del Brexit británico y tantos otros partidos extremos y emergentes.

Con todo, la principal incógnita de Vox que todos se preguntan es si este partido va a seguir creciendo, si constituye una amenaza democrática o si va a condicionar el futuro político del país, de otras autonomías o de pueblos y ciudades€ Y aquí también hay opiniones para diversos gustos y posicionamientos más o menos angustiados, temerosos, expectantes e incluso eufóricos. Vox, por cierto, es también el nombre comercial de una editorial añeja dedicada a publicar diccionarios de español en muchas lenguas.

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