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Andalucía, democracia y ciudadanos

En los últimos días, no he podido dejar de recordar las elecciones presidenciales francesas de 2002 cuando Jean-Marie Le Pen sorprendía pasando por delante del socialista Lionel Jospin en primera vuelta. Un susto que dejaba a la sociedad gala sin aliento y provocaba una reacción política contundente: toda la izquierda -socialistas, comunistas y los verdes- pedía apoyar a Jacques Chirac en la segunda vuelta para evitar un posible triunfo de Le Pen. El sentido común se imponía ante la necesidad de poner a salvo los valores de la democracia frente a la amenaza ultraderechista.

Lo recordaba desde la distancia y con la tristeza que produce el ver como aquí, tras las elecciones andaluzas, la reacción que ha provocado en PP y Ciudadanos la irrupción de Vox ha sido la de recibir a este partido con los brazos abiertos. Una alegría desmesurada por parte de dos fuerzas políticas que se llenan la boca con la palabra Constitución y que dicen ser de centro. Una actitud que acaba resultando legitimadora y condescendiente de los postulados de quienes pretenden la reconquista a caballo de una España grande y ¿libre?

Vox representa esa mezcla entre la nostalgia del fascismo franquista y la moda globalizada de una extrema derecha que alza banderas nacionales y usa la inmigración como estandartes de un discurso excluyente, xenófobo y cerrado. Un planteamiento político en vertical que pretende socavar los cimientos del Estado Autonómico y minimizar las instituciones, llegando a plantear, incluso, la reducción de derechos civiles, sobre todo en materia de igualdad social y violencia de género.

Por ello, sorprende que un partido político armado desde de los vestigios de un pasado fascista y dictatorial, haya penetrado con esa energía en una sociedad democrática y moderna como la nuestra; una sociedad que fue capaz transitar un cambio de régimen desde el consenso. Actualmente, se echa de menos a aquellos políticos que supieron anteponer el interés general al particular, que defendieron valores como la libertad, la igualdad o los derechos humanos, en aras de hacer posible la transformación política de un país tras cuarenta años de dictadura.

Así, en el caso de Andalucía, Ciudadanos tiene la llave maestra con la que podría abrir cualquiera de las dos puertas que conducen a la configuración de un nuevo ejecutivo autonómico. Esto es, posibilitar un gobierno socialista, progresista y constitucionalista, o, por el contrario, pactar con esa derecha rancia y nostálgica que hoy representa el PP de Pablo Casado apoyado por un partido de corte fascista como es Vox. Es decir, Ciudadanos tendrá que decidir en las próximas semanas si está en el centro o en el extremo, si realmente está del lado de la Constitución o de quienes niegan derechos y libertades, si está en la línea del resto de países europeos o se sube al caballo de un tiempo pasado que da miedo hasta mencionar.

Llevamos décadas hablando de la globalización como un fenómeno, además de económico, integrador y multicultural, a través del cual se han ido diluyendo las fronteras creándose espacios políticos y sociales cada vez más abiertos, representando un claro contraste a este nuevo auge nacional que se erige a nivel mundial a través de la extrema derecha. El debate se librará en términos de si queremos una sociedad global en horizontal, abierta, tolerante, integradora y democrática, o, por el contrario, dejamos que avancen las fuerzas que predican identidades nacionales excluyentes, cerradas, xenófobas y poco democráticas. En nuestro caso, Andalucía se ha convertido en el laboratorio local de esta nueva inercia global. Por ello, Ciudadanos debería contar hasta dos.

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