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Una cuestión de género, un problema moral

Debe ser habitual considerar que una mujer violada tiene que acabar malherida o por lo menos demostrar que ha tenido que gritar oponiéndose a la violación para ser reducida y forzada violentamente. Basta decir que cinco individuos violaron a una chica, sigo creyéndolo, a pesar de que se ha considerado que no ha sido así. La sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Navarra ha confirmado una pena de nueve años por abuso sexual.

Pero lo menos importante es que sean nueve años. La cuestión es que los términos legales que se utilizan para relatar los hechos son una descripción de una realidad susceptible de ser interpretada de diferentes modos. Las diferencias entre abuso y agresión sexual o violación se difuminan entre los folios de un documento que explica detalladamente lo ocurrido para, finalmente, sostener que no se dio más que un abuso, pero no se produjo agresión sexual. La sentencia solo hace referencia a una lesión eritematosa en la parte posterior de la vulva, que requirió atención médica y que, según parece, no tiene que ser necesariamente una señal de violencia.

La relación entre los términos y los hechos puede y debe ser interpretada desde un punto de vista moral, más allá del judicial, que también. El tema es tremendo y los detalles más todavía. Después de un relato de los hechos espeluznante, digno de la más perversa pornografía, resulta que es discutible que se produjera intimidación y violencia, será por esto que no se considera violación. La cuestión es que ella tendría que haberse opuesto activamente, de esa forma ellos hubieran recurrido a la agresión. Paralelamente, parece absurdo suponer que si se produce un crimen de otra naturaleza la pena es mayor si la víctima se ha defendido y ha opuesto resistencia, o menor si se ha quedado paralizada por el terror. Pero es un hecho que no hubo agresión y, por lo visto, la piara de descerebrados no recurrió a ella, es decir, no lo necesitó. Esta es la clave. No les fue necesario. ¿Por qué? Porque ella parecía no ofrecer resistencia. Así de claro, así de sucia y retorcida la visión de los hechos. Es una perspectiva pornográfica del suceso, solo así se explica.

Son muchas las mujeres que sufren agresiones o violaciones a diario. Quizá estas expresiones sean malsonantes en una sociedad que se considera igualitaria. Mujeres que son forzadas por sus propias parejas, mujeres jóvenes que coquetean una noche y acaban viéndose obligadas a hacer lo que no quieren, prostitutas que por obligación o necesidad se someten a los vicios de individuos que utilizan sus cuerpos a cambio de dinero y, en ocasiones, ese uso va más allá de lo pactado. Incluso se plantea legalizar el uso de los vientres de alquiler. En estos casos tampoco suele ser necesario el recurso a la violencia. Lo característico en todos ellos es que el cuerpo de la mujer es considerado como objeto de uso y abuso. Esta visión del cuerpo de la mujer está tan extendida y es tan aceptada que muchos consideran que hablar de abuso es exagerado, no digamos de violencia. Así el abuso se torna uso y la violación, abuso. Las interpretaciones suavizan la realidad sobre la violencia hacia el cuerpo de las mujeres para mostrarla más admisible. El uso de las mujeres está feo, pero es aceptable, el abuso está mal, la violación muy mal. Para que un suceso sea considerado violación, tiene que causar daños que trasciendan el uso y el abuso de los cuerpos de las mujeres. No sé si este es el espíritu de las leyes que determinan el uso de los términos legales, pero desde luego, parece que estas ideas están desgraciadamente muy extendidas.

Algunas voces criticaron la gran movilización social que suscitó la sentencia y hablaron de populismo judicial. De nuevo muchas mujeres han vuelto a manifestarse en sus ciudades y poblaciones, el caso seguirá siendo mediático. Sin embargo, estas protestas son una esperanza para las mujeres, pues el verdadero problema es que la sentencia explica el uso de sus cuerpos, las convierte en objetos que pueden ser utilizados y disfrutados. Por esta razón, si no hay cicatrices demasiado visibles o si el dolor no es evidente, la acción de los agresores o acosadores se excusa o se disculpa. Los objetos se utilizan, pero las mujeres y los hombres tienen dignidad, no se puede justificar su uso. Es un asunto de género y es un problema moral.

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