Ya están llegando al salivazo y al insulto; ya está siendo el congreso un fiel reflejo de la sociedad que lo ha elegido; ya se pone de manifiesto la mala educación, la ignorancia y la malevolencia; ya desprenden los escaños, al calentarse, sus esencias más genuinas. Ana Pastor expulsó del pleno a Gabriel Rufián por mal comportamiento, por haber montado una bronca innecesaria, por dedicarse a descalificar y no a criticar unas ideas y defender otras. Es tan bueno en lo suyo que debería dejar erc, partido periférico y residual, e ingresar en Podemos, que representa el culmen, la flor y la nata de la ordinariez política y social. El parlamentarismo español está cada vez más cerca del parlamentarismo georgiano, ucraniano, venezolano y, en general, de todos los parlamentarismos bananeros, atrabiliarios y febriles que acaban la sesión a poltronazo limpio, cuando no a mordiscos, patadas, mojicones y rapamientos. Rufián soltó su boutade semanal y Borrell, patidifuso, anonadado por semejante nivelazo, tiró de oficio y paró la estocada con las tablas adquiridas en su larga trayectoria.

Los viejos políticos no dan crédito a sus ojos, no se reponen del shock, no salen de su asombro, no encuentran la manera de hacer frente, desde la política tradicional, a este cariz anarcoide, arrabalero, perroflauta y okupa que va tomando la nueva política. Vienen los ácratas disfrazados de señorías, los holgazanes con ropa de indignados, los impostores de la política, los que agarran y dejan peladas las instituciones como se agarran y se dejan pelados los edificios vacíos. Vienen a percollar los prebostazgos y las prebendas; a repartirse los momios y las verrugas; a dejar hecho unos zorros al país que desconocen y en calzón raído al populacho que desprecian; a entronizar las arbitrariedades, a oficializar los embustes y a llover propaganda sobre la historia. La escena de Rufián y Borrell ha sido el preludio en firme, la fanfarria inaugural, aunque ya Iglesias, Tardá y otros miembros de lo nuevo nos habían suministrado algunas perlas para que fuésemos abriendo boca. Viene la otra política, la subpolítica, la ultrapolítica o la despolítica, como ustedes prefieran. Llega la debacle y el espectáculo; la juerga de los atorrantes y el pasmo de los anteriores; la conversión de la parranda en decreto, la seriedad en resistencia, el insulto en silogismo y el salivazo en argumento.