Navidad huele a cena de Nochebuena (siempre en casa y sólo con la familia más íntima), a comida de mamá, a estrenas, a regalos para los más pequeños, a chucherías para el perro y a árbol decorado con bolas navideñas. Las cambiaría todos los años, pero me encariño con ellas y no quiero malgastar, así que se quedan a mi lado con vocación de permanencia. Anteayer por la noche, después de un día de trabajo muy largo, llegué a casa y dejé el árbol listo para alegrar el salón de casa hasta enero. Y porque por espacio no lo puedo dejar más tiempo. Mientras lo terminaba, lejos de allí, en Estrasburgo (Francia) un presunto terrorista disparaba a personas inocentes que solo estaban cerca de un mercadillo de Navidad. Por mucho que no sea la primera vez que pasa algo similar, una no puede dejar de tener un nudo de los que estrangula el estómago. Pienso en las víctimas y en sus familias, en todo lo que ya no van a poder vivir. Cuando mire el arbol, costará no acordarse de ellos. Pero disfrutaremos de la Navidad, en su honor. Haganlo ustedes.