Tenemos la costumbre de mirarnos al ombligo y de flagelarnos. La situación española nos suele parecer mala y algunos siempre están dando aldabonazos, como si fuera un momento del que saldremos difícilmente. Ahora ocurre así: sumando la debilidad numérica del Gobierno, las circunstancia en Catalunya y la situación que se dibuja en Andalucía todos se muestran agoreros y claro, algunos sentencian «ya lo decía yo».

En medio de la coyuntura internacional, marcada por el choque de grandes potencias, el proteccionismo, y la guerra de aranceles, no es extraño que los más pequeños se resientan más. La Unión Europea intenta capear le problema y busca alianzas para seguir prosperando, aunque el crecimiento se abajo (en Alemania o en Francia). Y además se han presentado choques con países comunitarios: con Polonia, con Hungría, con Italia.

Por si faltaba lago uno de los miembros más olidos, Francia, ha entrado en una crisis social que ha llevado a otra de índole política. Macron, que tenía el 60 por ciento a su lado, ahora apenas es apoyado por un 20 por ciento. Y es el presidente de un estado europeo que tiene mayoría absoluta en su parlamento, algo que no suele suceder, como le sucede a Angela Merkel, o en Bélgica- el gobierno acaba de romperse- y no digamos los apuros de Teresa May con sus conservadores y sus aliados unionistas de Irlanda del Norte. Consecuencia del dichoso brexit. Y que todo el mundo cabalga sobre la ola que trajo la crisis y han sido más de diez años de ajustes y de pagar un alto precio.

Aquí lo hemos pagado desde 2012 y nos hemos resentido, dicen que hemos salido de esa crisis y algunos -amplias capas sociales, entre ellos los jóvenes- dicen que no lo notan todavía. Por ello habrán leído que el presidente de Francia ha subido el sueldo mínimo 100 euros y que está por encima de 1500 euros ahora, lejos de los seiscientos y pico de España (y el anuncio que lo iban a subir a 900 no sabemos si va a concretarse). ¿Somos tan diferentes? Se ve que sí. Hay de hecho una Europa de dos velocidades. Norte y Sur van desparejados.

Lo que han augurado algunos es que Francia no cumplirá su senda de déficit y que Italia ve reforzada así su posición. «Queremos ser iguales» dijo el martes su ministro de Economía. Mientras en España los socialistas pedían a la oposición de derecha que acepte la senda de déficit que propone ahora. O no habrá ni mejoras salariales, ni mejora de las pensiones, ni en dependencia ni para los jóvenes. Pero mientras PP y Ciudadanos negocian en Andalucía no van a ceder en algo tan importante y que daría oxígeno al Gobierno.

Y el asunto catalán se encona, y no amaina la tensión, cada parte hace sus cálculos para unas posibles elecciones (2019 será un año de alto valor electoral). Y sigue sus estrategias que son opuestas. Pero tiene razón por una vez Pablo Iglesias «con mano dura no se ganan las elecciones» por lo menos en las circunstancias españolas. En el fondo quien recogería los beneficios de la fuerte polarización sería la derecha o el nuevo partido extremista. Ese nuevo factor altera el tablero y según los sondeos recientes la suma de los porcentajes de los tres partidos de derecha superan a los de la izquierda (sin contar los partidos nacionalistas en este envite). Ahí está el desafío del próximo año.