El antropólogo (y mil cosas más) británico Francis Galton estaba convencido de que todo podía medirse, incluida la belleza de los británicos (el punto más elevado lo ocuparían los londinenses, y el más bajo los originarios de Aberdeen) y el aburrimiento. ¿Cómo medía Galton la belleza de los británicos? No tengo ni idea. Pero, en cuanto al aburrimiento, Galton decía que podía medirse por la cantidad de movimientos de inquietud que se realizan. Interesante, pero falso. Si Galton hubiera visto el partido River Plate-Boca Juniors disputado en el Bernabéu el pasado domingo, habría concluido que los movimientos de inquietud no miden el aburrimiento, sino justo lo contrario. Muchos vimos la gran final de la Copa Libertadores sin importarnos demasiado el resultado y, sin embargo, no pudimos evitar movernos con inquietud en el sofá y comprobar que nunca los noventa minutos (más el descuento) de un partido de fútbol pasaron tan rápido.

¿La última película de la saga galáctica de George Lucas? Bah. ¿La deriva maquiavélico-nihilista de Claire Underwood en la última temporada de «House of Cards»? Psssssé. ¿La emoción ante el grupo que actuará la semana que viene en «La hora musa»? Bueno, vale. Pero nada se puede comparar con los movimientos en el sofá de un espectador en un partido imposible, desquiciado y tan alucinado como el viaje del capitán Willard en busca del coronel Kurtz en Apocalypse Now. Decían los clásicos que los dioses habían decretado la destrucción de Troya sólo para dar a Homero un argumento para sus poemas. ¿Y si la destrucción del partido entre River y Boca en el Monumental de Buenos Aires fue decretado por los dioses del fútbol sólo para dar a Jorge Valdano y demás poetas un argumento para sus cantos? ¿Y si el horror del no-partido en Buenos Aires fue la excusa para que los caprichosos dioses del fútbol nos regalaran dos horas de movimientos de inquietud en el sofá, coronados con un último minuto digno de Homero? Puede que a usted no le guste el fútbol, pero seguro que le gustan los versos que cantan la cólera aciaga de Aquiles Pelida y la desesperada lucha final, solo con nueve futbolistas, de Boca contra el destino. No sé si los londinenses son guapos, pero el gran fútbol hace que el culo se mueva en el sofá como un flan durante un terremoto. Te equivocaste, Galton.