La inexistencia de una Europa social hace difícil la identificación de la ciudadanía con un proyecto digno de ese nombre, mientras Rusia y China se rearman y a lo máximo que podemos aspirar es a ser un protectorado americano. No me parece deseable.
Aparte de la liquidación gradual del estado del bienestar, está el estrangulamiento de los libertades. Nadie parece tener prisa, tampoco Pedro Sánchez, en eliminar sin contemplaciones la ley mordaza y demás chinches que infectan la libertad de conciencia y expresión. Fuera de la libertad no hay nada. Nada. Los tontos dicen que la seguridad ¿Qué seguridad si no sabemos si mañana estaremos vivos? ¿Y el amor? Bueno el amor tal y como lo entiende la mayoría de la gente es lo que dice Hollywood: firmar hipotecas y comprar electrodomésticos.
Hay una canción como pocas -Me and Bobby Mac Gee-, cantada por Janis Joplin (la duda ofende), que dice: «Libertad es otra palabra cualquiera cuando no tienes nada que perder». Pues con todo lo que me gusta Janis («tu corazón era una leyenda»), está errada. Con algo o sin nada que perder, la libertad es lo único que cuenta, el pan de la fatiga, lo cierto y verdadero, Dios mismo.
Dicho esto falta preguntarse ¿Qué pasa con nosotros, en este país? Pues tenemos una ciudadanía floja acostumbrada al cretinismo de los debates fanáticos (dan más audiencia) y el escarbar en entrepierna ajena entre el rosa complaciente y el rojo hematófago, adicta a los adictos a cualquier droga sectaria y, en fin, poco dispuesta a conocer y conocerse, pero aún así no está todo perdido si reparamos en que estos últimos cuarenta años han sido los mejores en dos siglos (hablo de libertad y no sólo de una muy relativa prosperidad).
Solo nos faltaba al tarado de Quim Torra y su vía eslovena. Ante todo mucha calma y pulso firme. La clase política, a nuestra imagen, prefiere la emoción y el golpe de efecto que el raciocinio y el respeto, el pacto justo y la cesión oportuna. Menos mal que los pensionistas están a punto de levantarse. Nos vamos a enterar.
