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La opinión publicada

El retorno de Aznar

José María Aznar salió abruptamente del poder en 2004. Él no fue personalmente derrotado en unas elecciones, pero su partido sí; de improviso, y como consecuencia directa de la controvertida figura del entonces presidente del Gobierno. Pocos han logrado polarizar tanto a la sociedad española como Aznar. Sus medidas en la legislatura en la que gobernó con mayoría absoluta (2000-2004), y en particular su decisión de involucrar a España en la guerra de Irak, generaron un movimiento de oposición social insólito por su transversalidad y alcance. Más en general, su carácter, autoritario y -no hay mejor forma de definirlo- chulesco y faltón, crispaba con inusitada eficacia a sus contrarios, que eran muchos.

En el haber de Aznar, sin duda, encontramos el reverso de dicha polarización: igual que indignaba a los contrarios, logró cohesionar a los propios. Cohesionar, entre otras cosas, a la derecha española en un único partido, pues Aznar era muy consciente de que sólo así podían aspirar a alcanzar el poder y acabar con la larga hegemonía socialista.

Tras su salida del Gobierno, Aznar se dedicó a hacer negocios fuera de España, bien conectado, como estaba entonces y sigue estando ahora, con los neoconservadores americanos. En España se fue convirtiendo, para muchos, en una caricatura de sí mismo, siempre crispado y enfadado. Se dedicaba a reñir a todos por todo, incluso a su propio partido, preocupantemente poco aznarista bajo la égida de Rajoy, a quien colocó en el sillón y luego no digirió que tuviera ideas propias y un estilo muy diferente al del propio Aznar.

Aznar estaba recluido en su fundación FAES, ya desvinculada del PP, como él mismo. Parecía un personaje menor, casi amortizado. Pero, como los supervillanos de los cómics, ahora ha vuelto, insólitamente resucitado por la oleada de derechización que nos invade (y que posiblemente nos acompañe por mucho, mucho tiempo), al calor de la crispación generada por el independentismo catalán y la percepción de que la unidad de España está en peligro.

Aznar no tenía partido político, porque había repudiado al suyo, y ahora tiene tres: el PP, controlado por Pablo Casado, tan fiel al expresidente que, de hecho, fue su jefe de gabinete. Vox, escisión del PP por su derecha que surge, precisamente, en rechazo a la «blandura» de Rajoy, a quien veían como insuficientemente comprometido con ciertos valores supuestos de la España eterna; insuficientemente aznarista, en resumen. Y Ciudadanos, derecha moderna y civilizada que aspira a suceder al PP y cuya estrategia se centra casi absolutamente, para ello, en el debate territorial, es decir: el tema favorito de Aznar y de la derecha española.

De esta manera, lo que diga Aznar ha pasado a ser muy importante. No es que esté por encima de estos tres partidos decidiendo lo que han de hacer (esperemos que no lo esté, en todo caso), ni que ejerza de Presidente en la sombra. Pero su visión de las cosas se corresponde con una realidad que el propio Aznar, ufano y satisfecho, no deja de recordar en sus apariciones públicas, que cada vez se prodigan más: España puede dar un giro a la derecha centrado en el debate territorial y en un enfrentamiento no sólo con el independentismo catalán, sino también con el régimen autonómico catalán, que habría que intervenir y «limpiar» de toda sombra de soberanismo, por traidores (a los nacionalistas vascos, tema favorito de Aznar en la época de su mayoría absoluta, por ahora los deja en paz).

A eso vamos, sin ningún género de dudas, si hay una mayoría de la derecha aznarista, una y trina, tras las próximas elecciones generales. Probablemente no tarden mucho en convocarse, aunque el PNV está intentando por todos los medios mantener el bloque de la moción de censura, precisamente porque se ven venir lo que pasaría si hubiera ahora elecciones: la vuelta del aznarismo, ahora por triplicado.

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