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Inquietud

Hace unas semanas, varios periódicos publicaban una foto de la canciller alemana, Angela Merkel, y del presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, celebrando el final de la I Guerra Mundial. La imagen, del fotógrafo Etienne Laurent, mostraba a los dos mandatarios con las cabezas unidas, cogiéndose las manos. Ella, con los ojos cerrados. Él, con cara de satisfacción. Ambos sonrientes. No es para menos, se recordaba la firma del armisticio entre Alemania y las potencias aliadas. En esa foto hay quietud. Justo lo que hace falta ahora.

Me gusta la gente que no da las cosas por supuestas. Sea cual sea el ámbito. Las parejas que se miman porque saben que, de lo contrario, la cosa se puede acabar. Las personas que intentan comprender los porqués, antes de juzgar alegremente. Los que no piensan que serán queridos o respetados por generación espontánea. Las que saben que esta sociedad ha llegado hasta aquí porque muchos han compartido ideas y perseguido valores que benefician a la mayoría. Con esfuerzo, conocimiento y generosidad. Gracias a ellos, nuestros hijos reciben una buena educación. Acudimos a un médico, cualquier día de la semana y a cualquier hora, y recibimos una asistencia sanitaria impecable y equitativa. Cruzamos Europa en tren sin tener que parar en cada frontera para mostrar nuestro pasaporte. Podemos decir lo que pensamos. Hablar la lengua que nos dé la gana. Confiar en que las reglas del juego se cumplen por igual y disfrutar de una justicia universal. Construimos una sociedad en donde hay espacio para todos. Un lugar de dignidad, respeto y aceptación. Donde los más vulnerables tienen derecho a recibir apoyos para llevar una vida normalizada. Hemos madurado. Somos solidarios. Hemos reivindicado los mismos derechos para hombres y mujeres. Laborales, sociales o familiares. Podemos caminar de la mano de una persona de nuestro mismo sexo. Y podemos caminar solos. Se puede vivir la sexualidad como cada uno la sienta. Comenzamos a asimilar que este planeta que habitamos no es nuestro. Que solo estamos aquí de paso y que más nos vale mimar el suelo que pisamos y el aire que respiramos. Por respeto a los que vendrán mañana. Y suma y sigue. Vivimos en una sociedad con defectos, por supuesto. Pero no echemos por la borda sus virtudes. Que, por cierto, son más que sus defectos.

Resultan inquietantes los comportamientos irresponsables e inconsecuentes. Políticos que se van de retiro a una abadía después de incitar a la desobediencia civil. Policías que requisan teléfonos móviles personales de periodistas que ejercen su profesión amparados por el derecho constitucional a la libertad de información. Programas de televisión que van a cazar y a señalar a votantes de determinados partidos. Señores que se meten en la cosa pública para calentar los motores del odio, la intolerancia, la misoginia y la xenofobia. Individuos que creen que una bandera les pertenece. Ciudadanos que se insultan entre sí. Demagogos de izquierdas y de derechas que azuzan a descontentos. Y algunos otros corresponsables de esta situación que, en vez de armarse de razones para defender su proyecto, han invertido demasiado en tratar de desacreditar al otro. Estos privilegios, tal como entraron por la puerta grande un día, pueden salir por la ventana en cualquier momento. Tenemos la imagen de Laurent para recordárnoslo. Ante tanta inquietud, quietud. Y responsabilidad.

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