La soledad de la víctima de malos tratos es el principal alimento de esa bestia que es la violencia machista. Desde los poderes públicos se intenta desde hace años tejer una red para exterminar la lacra. Los avances son lentos, pero van yendo. Sin embargo, justo donde más duele y desde donde más se puede hacer, la inacción sigue siendo la acción principal. Hablo del entorno familiar de la víctima, ese que se arranca el pelo a mechones el día del hospital o, peor aún, del cementerio, pero que en los días, meses, años previos, mira para otro lado. Desde Levante-EMV hemos denunciado un sinfín de veces el ridículo porcentaje de denuncias que proceden de la parentela de la víctima. Pues bien, en este tercer trimestre de 2018, los datos son vergonzantes: en 2017, solo 119 personas denunciaron malos tratos a una mujer de su familia -el 0,23% de las denuncias ante un juez y el 1,76 de las formuladas ante la policía-; este año, han sido 53 en total. Sí, han leído bien: 53 en tres meses (9 ante el juez y 44, ante la policía). 53 de 6.068 denuncias. Deberíamos hacérnoslo mirar.