El pasado sábado, La cumbre del clima de Katowice se ha cerró con un acuerdo de mínimos, que no va a ayudar a mantener el aumento de temperaturas en el rango más bajo de las predicciones. Según dicen los científicos, estabilizar el clima por debajo de 1´5 grados ya no va a ser posible en la práctica, pero superar los 2 grados sería desastroso.

Quizás sea la difícil percepción de lo que nos jugamos en unas décimas de grado lo que haga que no se tome realmente en serio la magnitud del cambio climático, nuestro principal reto civilizatorio. Según un estudio reciente, la probabilidad de sufrir fenómenos meteorológicos extremos ya se haya multiplicado por tres desde 1950. Las olas de calor del verano de 2017, los recientes incendios de California por la falta de lluvias, los huracanes tropicales que asolaron islas e incluso países, las prolongadas sequías de Etiopía y Somalia... todo ello ya está aquí, pero mientras los medios de comunicación los traten como hechos catastróficos aislados, sin establecer el vínculo con el cambio climático que los une, no avanzaremos en la consciencia del problema.

Mientras todo esto ocurre, en la COP24 de Polonia se repite el guion habitual: pobres contra ricos productores de petróleo, gobiernos de islas que se están sumergiendo o asolando, contra los poderosos negacionistas del cambio climático; mientras los ecologistas intentan perfeccionar sus performances concienciadoras.

En la línea del progresivo divorcio de la política con respecto a la realidad, el acuerdo de Katowice no hace suyo el último informe del IPCC, como si la realidad indiscutible a los ojos de la ciencia no fuera del todo con ellos. Se dan por enterados, pero no asumen la gravedad del problema, ni la radicalidad de los cambios que sería necesario acometer. Estos cambios deberían enfrentarse a la inercia todopoderosa que identifica el crecimiento económico como el principal objetivo de desarrollo. Pero en una economía descarbonizada no puede continuar el crecimiento, debemos hablar de un decrecimiento ordenado, y de eso nunca hablan los representantes políticos.

Sin embargo, lo único eficaz para mitigar el cambio climático sería una revolución civilizatoria que, contra los actuales mandatos del capitalismo, persiguiera una economía estacionaria baja en emisiones. Esto implica no sólo una revolución renovable en las fuentes de energía sino, al mismo tiempo, un cambio de paradigma cultural que abandone la senda del crecimiento económico que ya no será posible sin la eficiencia de los combustibles fósiles. Por lo tanto, es urgente adoptar un nuevo concepto de progreso en los tiempos de la translimitación y el cambio climático, que permita un decrecimiento sostenible basado en la equidad y la redistribución de los bienes y de las responsabilidades.