Entre el 2 y el 14 de diciembre de 2018 se ha celebrado en Katowice, Polonia, la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático COP24, con el objetivo de lograr los consensos necesarios para aplicar el Acuerdo de París de 2015. A estas cumbres asisten representantes de los gobiernos y organismos internacionales, sociedad civil, universidades, centros de investigación y empresas.

Durante la conferencia se celebran intensas negociaciones para elaborar documentos y llegar a acuerdos gracias al empuje, trabajo y profesionalidad de significados participantes. Una de ellas, la ministra Teresa Ribera, quien por su experiencia, audacia y conocimientos es quizás una de las personas que mejor puede representarnos al frente de la delegación española, que ha acudido con una ambiciosa propuesta de reducción de emisiones y objetivos de eficiencia energética y uso de renovables.

Nos sentimos, por tanto, incomparablemente mejor representados que años anteriores.

En el caso de España, los gobiernos autonómicos estamos invitados a participar de la delegación del gobierno liderada por el Ministerio para Transición Ecológica. Siendo la lucha contra el cambio climático una prioridad de primer orden para el Consell, creo que es oportuno explicar por qué decidí no ir.

En primer lugar, porque mi viaje en avión habría supuesto la emisión de casi 1,3 toneladas de CO2. Está ampliamente constatado que el transporte por avión es uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero y, por tanto, una de las primeras cuestiones sobre las que es preciso concienciarnos y cambiar hábitos.

Habrá quien se eche las manos a la cabeza al leer esto, augurando las pérdidas económicas y de empleo que podría suponer alterar las tasas de crecimiento de la industria aeronáutica, las infraestructuras aeroportuarias y el sector turístico. Legítimo, sin duda. Por ello, es necesario considerar sin tapujos lo que significa verdaderamente luchar contra el cambio climático.

Ahora que hemos asumido que somos los causantes del calentamiento global, ahora que estamos advertidos de su ritmo sofocante y de los graves impactos que tiene en todas las esferas de nuestras vidas, así como en los frágiles y dañados equilibrios sociales, económicos y ambientales del planeta; cuando en los grandes discursos se dice que es necesario cambiar nuestro modelo productivo y de consumo, tenemos que saber lo que implica.

Están muy bien los pequeños gestos de cada día, en casa, en el trabajo o en la escuela, como poner luces eficientes, generar menos basura, ahorrar agua o ir en bicicleta. Pero no es suficiente. Cuando hablamos de luchar contra el cambio climático es preciso plantearnos cómo organizaremos nuestra vida, trabajo, comercio y ocio, qué medios de locomoción utilizaremos. Cómo reduciremos drásticamente nuestro consumo energético y la altísima dependencia que nuestra cotidianidad tiene respecto de la energía, así como la fractura social que todo ello puede intensificar. De esto va el cambio climático.

Justo porque sabemos que es algo tan serio y urgente, sería un error convertir las cumbres, conferencias y debates sobre cambio climático en una feria de las vanidades. En la COP24 han participado unas 20.000 personas de 197 países y más de un millar de organizaciones de todo tipo. Miles de trayectos en avión, tren y coche; miles de toneladas de comida y litros de bebida servidas; miles de toneladas de papeles, plásticos y otras basuras generadas; miles de horas de luz y calefacción necesarias en un clima frío e invernal. Todo esto es lo que habrá supuesto esa congregación para «hablar» de cambio climático, además de variadas actividades culturales y festivas, como ilustra con sorprendente detalle la web oficial del evento.

Creo sinceramente que hay que salir de los salones de reuniones y mirar a nuestro alrededor. A lo largo de estos años he podido comprobar que, lejos de la grandilocuencia de algunos debates, sí hay muchas acciones en marcha contra el cambio climático, la mayoría a escala municipal o autonómica. Y es ahí donde debemos enfocar nuestros esfuerzos y atención: impulsar iniciativas innovadoras, colaborar e intercambiar ideas y soluciones que cuenten con las personas, con nuestras necesidades e ilusiones. Baste como ejemplo la apuesta de ciudades como Madrid, Pamplona, València y otras, por un cambio radical en el modelo de movilidad, para reducir las emisiones y mejorar la calidad del aire, al tiempo que dibujan ciudades más amables para vivir.

O en nuestro ámbito, el reconocimiento e impulso al papel de la educación ambiental, el fomento de métodos de producción de alimentos respetuosos con los recursos naturales, el comercio de proximidad o las medidas contra el desperdicio alimentario, entre otras líneas de trabajo relacionadas con el cambio climático.

Sirva un breve repaso a la agenda de estas dos semanas, coincidentes con la COP24, como muestra: el plan agrario de l'Horta, la participación en iniciativas mediáticas como el foro sobre reutilización y economía circular de la gestión del agua, organizado por Levante-EMV o el programa La Questió de À Punt sobre «El futur de l'energia»; el convenio para la protección del Parque Natural del Hondo de Elx; el catálogo de suelos forestales; las negociaciones de la futura PAC; el respaldo al renovado Observatori del Canvi Climàtic del Ayuntamiento de València y a la feria de la formación profesional organizada por la Conselleria de Educación; el decreto del Consell sobre control de emisiones procedentes de actividades potencialmente contaminantes; y, finalmente, la preparación de los programas de trabajo de dos de los centros de investigación que más están aportando, como lluvia fina, a la cuestión en la Comunitat Valenciana: el IVIA y el CEAM, por sus estudios en suelos, adaptación de la agricultura y ganadería, eficiencia hídrica, prevención de incendios y recuperación de la masa forestal, calidad del aire y química atmosférica, entre otros.

Sí, también podría haber asistido a la COP24. Pero creo que mi lugar está aquí, en la aplicación y fortalecimiento de esas líneas de trabajo. Observo con inquietud cómo las últimas cumbres climáticas empiezan a parecerse cada vez más a un teatro, más preocupado por mostrar un escenario colorido y una buena foto del elenco al final de la función, que por la esencia de la representación que es conectar con su público, con las personas. Por responsabilidad, no podemos dejar que se nos relegue a ser espectadores en la distancia. Estas conferencias diploclimáticas empiezan a convertirse en objetivos en sí mismas, con el enorme riesgo de confundir objetivo e instrumento. La finalidad debería ser proporcionarnos a gobiernos, a empresas y personas instrumentos para combatir el calentamiento global; los medios, las normas y herramientas para reducir emisiones, atajar el consumo desmesurado de energía y lograrlo sin aumentar las desigualdades sociales, dentro y fuera de nuestras fronteras, en un nuevo marco de convivencia y solidaridad.

En esa línea, creo que la formación, la concienciación y la educación ambiental son clave, porque lograr explicar de manera fácil y sencilla lo que es y lo que supone el cambio climático es más útil para alcanzar el objetivo y conseguir implicar a mucha más gente para que dejen de ser espectadores y se conviertan en actores. He estado en varias conferencias internacionales a lo largo de mi carrera, y admito que cada vez me hastía más quedarme en las salas de reuniones, entre cuatro paredes. Prefiero, en definitiva, estar rodeada de estudiantes de formación profesional que han diseñado un prototipo de automóvil movido por energía solar, o compartir un rato con educadoras ambientales que me enseñen nuevas formas de abordar el cambio climático.