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Buenas e inicuas prácticas culturales

Las últimas semanas han venido movidas en el campo de la museística valenciana tras el cambio en la dirección del Museo de Bellas Artes, adobado por una controversia en torno a la atribución de unas pinturas de Velázquez y Murillo así como por una reunión de la citada institución con personal del Ministerio de Cultura al objeto de aprobar el plan museológico de la pinacoteca residente en el antiguo convento de San Pío V.

La crisis del Bellas Artes valenciano ha estallado solo unos días antes de que el de Bilbao -inferior en fondos al nuestro- hiciera público un ambicioso plan para invertir 22 millones de euros en una ampliación, que se encargará tras la convocatoria de un concurso internacional de arquitectos, al tiempo que gastará recursos propios en nuevas adquisiciones, incluyendo la compra de archivos y bibliotecas privadas. Bilbao pretende crear un circuito artístico que incluya el Guggenheim de Frank Gehry, la Alhóndiga rediseñada por Philippe Starck y el propio Museo de Bellas Artes que ahora dirige Miguel Zugaza, ex del Prado.

La situación de València, en cambio, no puede ser de tono más melancólico. El conocido como San Pío V en honor al imposible edificio religioso que lo alberga desde que fue trasladado del Convento del Carmen, lleva un retraso cronificado en las obras que deberían haberlo modernizado sin que el Ministerio de Cultura (su responsable) se digne dar explicaciones, sigue careciendo de unos estatutos acordes a una institución cultural autónoma y puesta al día cuando apenas sí cuenta con recursos de la Generalitat (encargada del gasto corriente) para dotarse de las necesarias plazas de técnicos especialistas, tanto en historia del arte como en conservación y restauración.

El Museo de Bellas Artes de Valencia no puede estar en peor situación desde que dejara su dirección Fernando Benito, la última persona con conocimientos serios en la materia que ha pisado esa pinacoteca. Desde entonces, todo ha ido a la deriva, así que no resultó extraño que el mando del museo recayera primero en una abogada sin la experiencia adecuada en arte o que a su gerente se le premiara con un alto cargo en Patrimonio por el mero hecho de haber tenido fricciones con la señora anterior perteneciente a otra órbita política. Ahora, ante el cese del último director, el arquitecto José Ignacio Casar, quien al menos es miembro de la familia Pinazo y, por lo tanto, lleva toda su vida en un entorno artístico de primer rango, la única respuesta de la Conselleria ante la crisis desatada ha sido la de proponer cubrir la dirección con un concurso público siguiendo el manual de buenas prácticas.

En eso llevan las autoridades culturales valencianas desde hace un cuatrienio, apelando a una idea seráfica de la gestión del arte basada en el concurso y en el citado manual, como si estos métodos no pudieran ser controlados o no escondieran trampas y cartones. Negar la existencia de una instrumentalización del poder en este tipo de iniciativas es una soberana estupidez, y a las pruebas cabe remitirse tras haber aplicado concursos de ese tenor tanto en la elección del nuevo director del IVAM como en la del Centro del Carmen, lo cual, sea dicho de paso, no se ha extrapolado a otros contenedores culturales donde se ha ejercido sin complejos el dedazo designador: el MuVIM, el Palau de la Música, Les Arts€

A estas alturas resulta evidente el despiste general que impera en la cultura plástica de la Conselleria, donde ni por asomo existe un plan digno de tal nombre para trazar objetivos, diseñar estrategias, conseguir nuevos recursos a través del mecenazgo empresarial y ordenar mínimamente las políticas que atañen tanto a museos como a territorios. De tal guisa que Bellas Artes ha programado un plan museológico sobre el que existen dudas por parte de diversos expertos y que, no en balde, ha tardado varios años en conseguir ser aprobado, mientras que el Centro del Carmen se ha convertido en un espacio de cultura contemporánea porque así lo ha decidido su director, en tanto que el IVAM, en cambio, ha optado por sortear la historia del arte moderno montando y volviendo a montar exposiciones de sus propios fondos, creando subsedes y apostando por el arte documento que tanto gusta a su penúltimo timonel. Todo ello, a su aire.

El IVAM, sirva un ejemplo en apariencia banal, ha cerrado su restaurante -de estrella Michelin-, y en cambio el Centro del Carmen quiere abrir uno propio junto al claustro gótico, amén del éxito que está teniendo en el espacio privado de Bombas Gens la nueva gran cocina de Ricard Camarena. Por no hablar de la fiebre Sorolla que les sube a nuestras autoridades cada vez que comprueban el éxito popular del pintor luminista, pero en cambio nadie se acuerda del resto de artistas coetáneos, ni de su acopio en el propio San Pío V, ni de la formidable colección de papel del mismo museo o del estado de molicie cultural en el que Renfe mantiene el mejor edificio español de estilo sezession, la Estación del Norte de València, cuyo aniversario se ha celebrado con una banderola que colgaba junto al fast food japonés que se ha instalado allí. Ni tampoco cargo alguno se inmuta ante la Trinidad, que está vacía, justo al lado del San Pío V, con el que podría complementarse para expandirse y crear recorridos por el río hasta el IVAM, San Nicolás, el Temple, el futuro Palacio de Valeriola, La Nau, el Patriarca y el González Martí€ en una suerte de paseo cultural de potente calado al modo de isla de los museos a la valenciana.

Así que menos concursos lava-conciencias políticas y más decisiones, argumentadas en base a un proyecto cultural que, de momento, solo parece sólido y dirigido en lo tocante a la lengua, el principal interés del conseller Vicent Marzà, pero en poco más. Lo otro queda, según decía Julio Cortázar, como «explicación que viste un gran error».

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