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Escalada peligrosa contra Sánchez

Superado el temido 21D, con el Consejo de Ministros en Barcelona repudiado por el independentismo, el balance es polémico. Lo esencial es que el Gobierno de España se haya reunido en Consejo en Barcelona como forma más directa de decir que Cataluña es España. Aprobación por la mitad de los catalanes quejosos de estar desamparados por el Estado -que aplaudieron el discurso del rey Felipe VI- y enfado del independentismo que aseguró que nunca más, después del aciago 1 de Octubre, un presidente del Gobierno español podría pisar Cataluña. Las protestas fueron ruidosas pero limitadas y se agravó su guerra interna.

Arreglar, no se arregló nada sustancial ya, aunque habrá que medir la repercusión de los gestos hacia el catalanismo moderado de la visita en si misma, de restituir la dignidad a Lluís Companys, presidente de la Generalitat fusilado por el franquismo en Montjuich, o de conceder al aeropuerto de Barcelona el nombre de otro president, Josep Tarradellas, el político que imitaba a De Gaulle en público y en privado advertía del peligro que constituía Jordi Pujol.

Si todo se hizo por desinflamar, con algún resultado positivo en el empresariado catalán que murmuró y hasta silbó a Torra en la cena de la patronal, lo cierto es que el 21D deja como herencia una escalada verbal preocupante que tensa aún más el clima político español. En competición abierta por las palabras más duras, han destacado Pablo Casado («traición»), Albert Rivera («humillación»), Vox («infamia»), Elsa Artadi («para esos acuerdos no hacía falta venir») y, sumándose a este selecto grupo, los socialistas Lambán y García-Page. Dos perlas de colección.

Pero lo sucedido en Barcelona estos días ha deparado otras imágenes novedosas. Por ejemplo, el enfrentamiento entre independentistas pacíficos y violentos, a los que hubo que separar. Desde la prisión de Lledoners, Oriol Junqueras había dado orden de distanciarse de la violencia. La fractura es profunda y se aprecia hasta en el programa Polònia, de TV3, donde, por sorpresa para todos, se criticaba la inoperancia del Govern y se ridiculizaba a Torra, deporte que practican en privado incluso algunos de sus consellers. «¿A qué se dedica Quim Torra?», le preguntan en la parodia a Elsa Artadi, consellera de Presidencia. Confiesa que no lo sabe. La ciudadanía catalana sí: a hablar por teléfono con Puigdemont, que es el que manda, y a agitar animando las movilizaciones. Que Sánchez se reúna con él resulta chocante pero, mientras haya autonomías, el president de la Generalitat será el representante del Estado español en Cataluña. En el encuentro hubo un forcejeo porque Torra se empeñó en que la fotografía oficial de los seis políticos -tres y tres- se hiciera sentados y Sánchez se negó porque no quiso dar una imagen de «cumbre bilateral», como exigía Puigdemont.

Esperanzadora es también la imagen de la coordinación policial en ese día: un mando único frente al intento de sabotaje, con Guardia Civil, Mossos y Policía Nacional en la mesa. Resultado operativo satisfactorio y normalidad profesional.

Con todo, el riesgo ha sido muy alto y hay quien valora en el PSOE que Sanchez se arriesga tanto solo por durar un año más en el cargo. De haber ido las cosas de otro modo, la policía de los Mossos se habría desacreditado y estaría más cerca la aplicación de un 155 más duro y duradero como reclama Rivera, o indefinido, según Casado. «La aplicación en 2017 del artículo 155 de la Constitución fue un fracaso político pero un éxito jurídico», señala el diputado Antonio Hernando. «Con solo usar el teléfono, Rajoy y Puigdemont lo hubieran evitado», señala. Sánchez va más allá con su visita y desconcierta. Mantener la política de diálogo, a pesar de que muchos no la acepten, es una opción que ya veremos si resulta. Pero quienes la critican deben precisar su alternativa. De momento solo conocemos palabras gruesas. Como la referencia a la «guerra civil que busca Torra», según Casado. Escalada verbal peligrosa.

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