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Nada es gratis. Tampoco la independencia catalana

Confieso que después de muchos meses meditando la cuestión de la independencia de nuestros vecinos, tanto en términos morales, como sentimentales y de derechos humanos, he decidido centrarme en: «Aixo qui ho paga?» Entiendo el derecho de aquellos que no quieren seguir su futuro como miembros del Reino de España. Tampoco desprecio el dolor de las rupturas personales, familiares y de todo orden que las decisiones del soberanismo y de las contramedidas que van a suponer. Pero todos estos argumentos se retransmiten cada día machaconamente. El gran silencio proviene de la élite tan aficionada a cogérsela con el papel de fumar de la corrección política. Nuestros gremios de economistas, a quienes se supone les corresponden las cuestiones relacionadas con el impacto económico y los juristas que deben alumbrar los códigos para el día después callan como bellacos. ¿Se imaginan lo que diríamos si los médicos como colectivo, desaparecieran ante una epidemia desconocida?. No encuentro otro símil.

Si en Bruselas, las consecuencias económicas y jurídicas del Brexit han ocupado mas de quinientos folios, ¿Cuántos gigas de texto serán necesarios para perfilar las consecuencias de una separación entre Cataluña y el resto de España? Allí, al menos, debe haber mas profesionalidad.

Hay decisiones políticas que tienen tal repercusión económica que sus promotores irresponsablemente no quieren cuantificar, como si los costes pudieran ignorarse en el proceso de toda decisión democrática. Buena parte de este proceder es también responsabilidad de la propia ciudadanía que sólo después de ver las orejas al lobo, decide indignarse. Es la reacción propia de las sociedades que dieron prioridad a lo inmediato sin meditar las consecuencias. La tarea de proporcionar datos para el debate es una obligación del responsable público, pero mal están las cosas cuando éste mismo es el promotor de la idea y la ciudadanía se inclina por vías de poco esfuerzo intelectual.

Esta larga introducción tiene que ver con el día después de la independencia catalana, que tiene un modesto referente en lo acaecido en el Reino Unido. La lógica que siguieron sus políticos se ha revelado poco menos que suicida: «Primero votamos en un referéndum y ya tendremos tiempo para valorar las consecuencias de lo decidido». Con tantos políticos, abogados y contables en viajes patéticos entre Londres y Bruselas, tanto el anterior respeto del mundo por lo británico, como el propio autoaprecio de sus ciudadanos ha saltado por los aires. Estamos ante las consecuencias de haber planteado un referéndum sin la existencia de plan alguno para el día posterior al desenganche. Nadie tuvo la autoridad moral e intelectual de hacer el ejercicio de simular y comunicar con rigor, lo que razonablemente cabía deducir en el caso que el referéndum del Brexit ganara. Ningún plan había, ni por parte de quienes alegremente lo convocaron, ni por la de aquellos que lo defendieron con mentiras. La élite política británica ha actuado con tal grado de irresponsabilidad, que ha marcado el final histórico del mito anglosajón, incluido su acrisolado pragmatismo.

Los sentimientos expresados en (Si/NO) son un bit, la menor cantidad de información que existe. Todo suena a respetable y democrático, pero es incompatible con la complejidad y dificultad de una separación dolorosa. Todo indica que la mayor parte de británicos votó (o no votó por comodidad) con muy poco conocimiento de las consecuencias, incluso personales, que aquella propuesta encerraba. Es lícito preguntarse qué hubiera pasado si los quinientos folios, que amargan a la premier May desgranando el acuerdo de los efectos reales del Brexit, hubieran sido conocidos y explicados antes de la votación. Es pura especulación asegurar que el resultado no habría sido el mismo, pero algo deben sospechar aquellos británicos que ahora piden, voz en grito, un segundo referéndum. El orden (temporal) de los sumandos si puede alterar el resultado de la suma:

Referéndum + conocer consecuencias ? Conocer consecuencias + referéndum.

En el caso de Cataluña, plantear la necesidad de una cierta cuantificación de los efectos previsibles derivados del resultado de un referéndum no supone desear un determinado resultado, sólo plantear la racionalidad exigible en toda decisión importante. Ignorar la posibilidad de una independencia cercana es ponerse una estúpida venda en los ojos. Es una actitud adolescente no plantearse las consecuencias económicas para unos y para otros, en el caso que Cataluña, en poco tiempo se separe del resto de España. No hay duda que estamos en un juego de suma no nula, en el que la mayoría de: catalanes, de habitantes del «resto de España» y de la anhelada Europa vamos a salir perdiendo, pero algo se debe cuantificar. Al igual que lo ocurrido en el Reino Unidos, carecemos de referencias. Lo único que conocemos hasta el momento es la discusión bastante académica sobre balanzas fiscales, desgraciadamente mas ideológicas que otra cosa, siempre tratando de justificas o negar el «Espanya ens roba».

Estamos experimentando un silencio total en la pléyade de economistas y juristas que cobran de ministerios, del Banco de España, de Universidades, de las conselleries del ramo, de los gabinetes de estudios de los bancos, de AiRef, de Fedea, etc. Insisto en la necesidad de que algún grupo con autoridad moral y con solvencia técnica debe poner sobre la mesa una cifras, lo mas solventes y menos ideologizadas posibles. Necesitamos conocer lo racionalmente previsible en «una Cataluña sin el resto de España», como del «resto de España sin Cataluña».

No estoy en condiciones de debatir sobre la inconstitucionalidad o no de la celebración del referéndum catalán, ni vivo en aquella tierra, pero si pido mayor información sobre las consecuencias de la consulta. Cada votante llevara un triste bit en su papeleta, pero debe saber que esto no va de un parlamento mas a la derecha o mas a la izquierda, si no del futuro del estado de bienestar de millones de personas. Será su respuesta a «Això qui ho paga?»

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