“En el principio era la Palabra”, el Verbo, la Acción, la Luz. Lo dice Juan en su Evangelio. El Logos, la Palabra de Dios hecha carne, se encarna (Jn.1,14) y entra en la historia. Dios al encarnarse y nacer desciende hasta el hombre, quiere entrar en él, si el hombre en su libertad le acepta y se lo permite. El hombre es libre para elegir. Dios se deja encontrar.

La Palabra de Dios está en el origen y principio de todo. Dios creó, organizó y puso toda la Naturaleza al servicio y uso del ser humano. El suyo es un poder global, ecológico, que se preocupa de todo, impulsa la vida del ser humano. Irrumpe en la historia a través de los profetas. Les llena de su Palabra, es la fuerza del profeta. Es la fuerza motriz de la experiencia íntima del profeta, como el caso de Jeremías, quien la siente como un fuego ardiente, vigoroso, que le quema y no puede sofocar, ni contener.

Dios es un fuego dinamizador, lleno de calor, potente, que impulsa y empuja, que acampa entre los seres humanos a quienes ilumina de manera racional, positiva y les habla con lenguaje humano, hecho sociológico real, auténtico, del que se sirve para comunicarse con la gente de todos los tiempos y lugares.

El profeta Jeremías prefigura a Jesús, el Mesías. Escribe en un libro las palabras que Dios le dicta, acta notarial del amor de Dios por la humanidad, de su empeño por salvarla y liberarla. Es la de Dios una palabra viva, vigorosa, que brilla en la oscuridad, operante, que germina y hace germinar en terreno apropiado. Isaías (55,10-11) lo explica bien: “Como bajan las lluvias y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.

Dios de nuevo en nuestras tradiciones vuelve a nacer, continúa haciéndose presente, hablando en distintos momentos de la vida y de maneras diversas. Se hace creíble, porque es racional y positivo. Dios viene a traer fuego a la tierra y a través de Jesús hace arder ese fuego en los seres humanos que le dejan entrar para ser reestructurados.

Dios nace, se hizo hombre, carne, historia, para que el ser humano pudiera tenerle a su alcance, dentro de él. Al acampar entre los humanos se hace más cercano y palpable, más creíble y expresivo. Se ha hecho presente en la historia, donde opera y actúa, transforma, a través de quien le abre las puertas.

Vuelve a nacer. No es un Dios que ya pasó a la historia y está archivado, fosilizado, sino un Dios de futuro, de esperanza, solidario con el hombre, empeñado en modelarle a su imagen y semejanza si se deja, pues respeta su libertad.