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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Bajo la tutela de Aznar

Con ustedes, el nuevo líder del PP. Y de Vox, y de Ciudadanos. Es decir, Don José María Aznar. Pasé un rato entretenido con el expresidente del Gobierno, aunque cuesta asumir tanta convicción. Encajaría en la categoría de Borges, el español profesional. Se siente respaldado por los acontecimientos, más fuerte que un Sánchez limitado a 84 diputados al que fustiga sin misericordia. «Está empeorando a Zapatero, lo cual era prácticamente imposible». Ni sombra de la cortesía protocolaria entre gobernantes jubilados.

El recetario de Aznar, que Pablo Casado repica disciplinado al día siguiente, se resume en una España por obligación. Sin embargo, este concepto sagrado se bifurca en dos partidos, con el guía supremo cabalgando simultáneamente a lomos de PP y Vox, escorado hacia el primero pero sin pronunciarse definitivamente hasta que se proclame un ganador. Sus corceles han de competir «con inteligencia, sin dañarse».

Un momento, rebobinando, ¿qué se hizo del pujante Ciudadanos? El líder providencial Aznar sigue hablando de un espacio «dividido entre tres», pero Albert Rivera ha dejado de ser el hijo muy amado del primer presidente del Gobierno de derechas. Ciutadans, nacido en Cataluña, siempre fue un huésped engorroso. Ahora entorpece la autopista a la victoria electoral de una derecha maciza, a un paso de promulgar leyes que prohíban las manifestaciones degradantes para la identidad nacional. Ese concepto se vertebra desde el PP desvencijado por «una etapa de confusión, en la que sus electores no se sienten enteramente representados». Y se complementa con un Vox «muy recién nacido», pero ideal para rebañar los veinte o treinta escaños de la rabia indiscriminada. En este mapa de las hostilidades, el partido naranja se aproxima al interrogante más odioso para una formación política, ¿para qué sirve Ciudadanos? Ahora mismo no preocupa a la izquierda y molesta a la derecha, sin culminar el sorpasso prometido ni rentabilizar el frente constitucional que lideró en Cataluña.

Bajo la tutela de Aznar, las derechas arrasaron Andalucía. El triunfo concede la verdad, con la misma contundencia que emplea la derrota para cancelarla. El espectador ofrece un plus de integridad a la convicción del orador, pero no está claro que el pastoreador de los tres ramales conservadores posea otra solución que la firmeza sin demostrar. Su discurso flamígero contra el terrorismo no le impidió sufrir el mayor atentado de Europa, el 11M. Su despreciado Sánchez, porque «al PSOE actual no se le puede calificar de fuerza constitucional», incumplió la promesa de publicar la lista de amnistiados fiscales. Sin embargo, tampoco Aznar desclasificó los papeles del Cesid, una publicación que erigió en baza destacada para acceder a La Moncloa y que fue frenada por Juan Carlos I.

Estos precedentes permiten apreciar la proporción de cálculo en el regreso del Aznar cimarrón. El bombardeo verbal a Cataluña no es ideológico, sino estratégico. La trinidad conservadora, un misterio con un Padre que es a la vez Espíritu Santo y tres Hijos, ha descubierto que la vía más rápida hacia la independencia pasa por situar a la Generalitat a la cabeza de un golpe permanente. Por culpa de los independentistas, se asiste «a la peor situación que ha vivido España en los últimos cuarenta años». No es personal, es solo política, aunque el interés en atizar la hoguera catalana y equipararla al terrorismo vasco parece abonar la famosa tesis de que la derecha española requiere la «úlcera sangrante», en descarnada expresión de Xabier Arzallus.

El independentismo catalán no imaginó la magnitud de la reacción que iba a provocar. Aznar no aporta una genialidad ausente de su mochila, pero sí la terquedad o perseverancia, la fuerza de voluntad exigida para someterse a doscientas flexiones abdominales o cerebrales. No le interesa tanto convencer a otros como demostrar que está convencido de sí mismo, tan dueño del timón de su existencia como el protagonista de su poema de cabecera, el If de Kipling. «Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,...”

Cataluña no ofrecerá un combustible infinito. La Esquerra de Junqueras coquetea con el regionalismo, la amenaza del desorden acabará por disuadir a la burguesía amedrentada. No importa, en el arsenal de reserva ya asoma la jugosa inmigración. Aznar ha puesto orden en la derecha, al exigir la concentración en un solo asunto a la vez. Su aplicado discípulo Casado ha cometido esta semana el error de descolgarse con la cadena perpetua, pero el clamoroso oportunismo ha resultado contraproducente. Hay que racionar los objetivos para concentrar el entusiasmo. A riesgo de pecar de unidimensional, Aznar se desquita golpeando sin desfallecer el yunque que lleve a sus vástagos a La Moncloa. Su ambición personal sigue intacta, y mira hacia lo alto.

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