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Contando el tiempo

Contamos el tiempo como quien calcula pérdidas, como si cada año vivido fuese una merma o un descuido

Se acaba el año, se nos van de las manos las últimas hojas de su almanaque. En estos días todo el mundo anda contando el tiempo, haciendo el resumen de los meses y las horas para convencerse de que existe, de que está aquí otra vez reclamando su factura, con el recibo en la mano, un año más. El tiempo, a veces, se siente así, como un peso, como si cargaras sobre la cerviz todos los nublados de un otoño especialmente largo. Como si llevaras arena mojada en los zapatos.

Contamos el tiempo como quien calcula pérdidas, como si cada año vivido fuese una merma o un descuido. No nos parece recorrerlo, sino agotarlo, como quien teme secar el río por haber bebido un sorbo, sin detenernos a pensar en cómo es que pasan tan despacio las semanas y tan rápido los años, cómo es que se rezagan los minutos pero corren tan veloces las décadas, sin admitir que el tiempo tiene el carácter voluble de los dioses antiguos. Y así, por estos días, con la oficialidad de los mandamientos, señalamos el punto exacto, hacemos la raya de la cuenta, cerramos la suma, y de pronto es otro tiempo.

Pero yo no me fío mucho. Miro por la ventana, esta ventana por la que miro siempre cuando escribo, y que a veces da hacia adentro, y esta luz no es de ahora, es la luz de entonces, de aquella tarde -era en abril- y había un cielo abierto que me pedía dejar a medias los poemas, las cartas, la labor de mi casa, tener pendientes algunos viajes, algunos besos, para que no pudiese irme hasta haber concluido la tarea.

Y aunque al final solo el tiempo sobreviva, acepté el consejo, y algunas veces intento que el calendario camine sin mí sus prisas de oleaje, y yo me paro, dejo que Hellen Merril susurre Don’t explain tiñendo la luz de azul bemol, y sé que en alguna parte, en aquel abril, alguien susurra la misma música y apila los mismos escombros de palabras mientras el tiempo teje el olvido con delicadas hebras de agua. Y comprendo que porque es infinitamente divisible es infinito el tiempo, y que de aquel ayer, de aquel pasado posible en el que tal vez fuimos otros, procede la luz que alienta esta mañana. Y que somos trozos de tiempo, infinitos como es infinita cada fracción del universo, aunque la vida esté, desde el principio, herida de muerte.

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