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Un animal la mar de tierno

Esos días en los que esté de bajón, no lo dude; agárrese al Boss. Y no se conforme con oirlo, véalo. No se pierda cómo acoge al desfile de entusiastas que, un concierto tras otro, se encaraman al escenario y comparten con el rockero un puñado de los compases más celebrados. Cuánto derroche de ternura desparrama con ellos. Y hay un porrón de imágenes por ahí. Los cincuenta minutos finales del que ofreció en la primavera de hace un par de años en Lisboa lo pondrán en órbita. El ritmo acaba siendo endiablado. Valiente canalla.

Estará pensando ahora: menudo friki. En absoluto, no se crea. He llegado muy tarde a Bruce y ha sido a través de un amigo que lo ha seguido por todos los recintos posibles. Para eso te los buscas, para que te completen. Y es lo que ha perseguido un ídolo así, no contar con los mejores músicos sino ensamblar un grupo portador de ese sello compacto y entusiasta, dispuesto a meterse por el cuerpo una travesía interminable desde aquella mañana soleada en Nueva Jersey en la que, dándole vueltas y más vueltas a un nombre para la banda, al girar una esquina asomó el de la vía y Springsteen gritó: «E Street, lo tenemos».

Moviéndose en el filo de la navaja, esta fuerza de la naturaleza que es Bruce ha debido estar multitud de veces a un palmo de romperse. Con todo lo que ha conducido para poner distancia, hoy vive a diez minutos de donde nació. Tampoco se ha quitado de encima el martillo de su padre y hasta que no apareció Patty, madre mía, que de historias para no dormir. Pero apenas si se ha dado tregua. Frente a las autobiografías acameraladas de la mayoría de dioses, este no para de abrirse en canal y de azotarse, lo que lo hace terriblemente humano y lo dota de una dimensión inhabitual entre los expositores ególatras de tanta estrella. Es lo que lo convierte en un tipo de ley y lo que hace que esas letras desgarradoras traspasen. Sus días gloriosos no han tenido fácil digestión. Pero, metiéndotelo en vena, las tardes grises dejan atravesar la luz. Dios bendiga al Boss.

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