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Un año a medida

Aunque parezca mentira el año se ajusta a tu persona, como un traje a medida. Cuando era niño, en los días de Navidad -las fiestas siempre venían de tres en tres, como los tercetos del Dante-no me perdía una sesión matinal de Tom y Jerry, dibujos animados que el resto del año el cine ofrecía en pequeñas dosis, uno a uno. En cambio, en esas matinés, proyectaban uno y otro, y otro más. Al cuarto renunciaba a contarlos, contarlos hubiera sido una majadería porque su número, al final, me parecía infinito, como la eternidad del amor o un instante de felicidad. Levantados y enloquecidos, aplaudíamos a rabiar la carátula de cada nuevo episodio, como un aguinaldo espléndido.

Cierto que hay días de luto pero hasta el tsunami de Indonesia fue un lametón catastrófico comparado con el de hace catorce años. Indonesia es un archipiélago que abarca 20 grados de longitud de la circunferencia terrestre: le sobran esquinas para que luzca el sol. Como en este extraño invierno amable de aquí en el que nos apelotonamos en las terrazas, aunque sea al amor de una estufa, con el sol en la riñonada y un buen vermut debajo de la nariz.

Sí, el año está hecho a tu medida, por eso viene en paquetes de doce meses, como las hueveras, y hay bisiestos para que todo encaje. El calendario es el primer relato de las civilizaciones, por eso los meses llevan nombre de romanos ilustres con el pecho de hojalata. Así que domesticamos en tiempo, las locuras de los dioses (y las nuestras, hechas a su imagen y semejanza) nos parecieron armoniosos capítulos de una novela bien construida.

Recibimos el año entre mantitas, a veces en estado cataléptico o en la bombonería vienesa de los valses para disimular los estropicios, pero lo más relevante ocurre en la vigilia. El fin de año es un toque de arrebato que se interpreta con matasuegras, vuvuzelas y trompetitas de plástico, nunca dije que la música militar fuera excelsa. Así, con la energía de las uvas y sus derivados nos disponemos a tomar otro año al asalto. Suerte y coraje.

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