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Nuestra pequeña balsa

Las primeras imágenes de la Tierra desde la Luna, con el "Apolo", revelaron la fragilidad de nuestro planeta

Fue hace ahora 50 años cuando por primera vez se vio "la salida de la tierra". El "Apolo 8" había sido enviado para orbitar la luna. Los soviéticos los habían conseguido meses antes con una nave tripulada por tortugas y gusanos. El Zong 5. La misión del "Apolo 8" era arriesgada, cualquier fallo dejaría eternamente la nave en el espacio. Una tripulación de 3, comandada por Borman aceptó el reto. El propósito era fotografiar la luna desde todos los ángulos. Pero cuando estaban allá arriba, envueltos en la inmensa negritud del espacio, vieron salir la tierra como nosotros vemos salir el sol. Un momento emocionante que se precipitaron a fotografiar a pesar de que no iban a eso. Lo trasmitieron y todo el mundo pudo ver, verse. Los habitantes del único planeta habitado, que sepamos, pudimos ver nuestro lugar en el universo. Nuestra soledad heladora. Y la fragilidad y pequeñez de la nave en la que navegamos por esos espacios vacíos, infinitos, desconocidos. Desde tan lejos nos damos cuenta de qué juntos estamos, de cuánto nos necesitamos y de qué modo estamos obligados a conservar y reparar nuestra nave.

Era 1968. Un año clave en la vida de mi generación. Los jóvenes habíamos decidido hacernos con el poder. "We want the world and we want it now", cantaba Jim Morrison que moriría poco después. No nos gustaba cómo manejaban los asuntos nuestros padres, los que habían hecho la guerra y nos habían entregado un mundo lleno de oportunidades. No tanto en España aún dominada por un franquismo que había encarcelado, asesinado o expulsado a las mejores mentes de ese renacimiento que se gestaba en el primer tercio de siglo. Pero ya sabíamos lo que pasaba fuera, en California, en París, en Berlín, en Londres y en las calles exigíamos libertad. El viaje del "Apolo" era el despertar de la tecnología que dominaría nuestra forma de estar en el mundo los siguientes 50 años. A pesar de la guerra de Vietnam, de la primavera de Praga, del asesinato de Luther King, el optimismo era dominante. Lo expresó el poeta MacLeish, palabras que empleó el comandante Borman cuando se dirigió al Congreso Americano: "Ver la Tierra como realmente es, pequeña y azul y hermosa en ese silencio eterno donde flota, es vernos a nosotros mismos como jinetes en la Tierra, juntos, hermanos en esa brillante belleza en el frío eterno: hermanos que ahora saben que son verdaderos hermanos".

Casi se nos ha olvidado ese sentimiento de pertenencia que tuvimos aquellos días, ahora que como nunca estamos intensamente comunicados entre nosotros, entre los habitantes del planeta. Y si entonces veíamos un mundo abierto, lleno de oportunidades, ahora el sentimiento es el contrario, parece que todo se derrumba, que el futuro es oscuro, apenas hay ilusión. Cuando al contrario, nunca se vivió tan bien. Los datos son incontrovertibles aunque las sensaciones sean otras. Ha disminuido espectacularmente la pobreza en el mundo y la mortalidad infantil; al mismo tiempo aumentó la expectativa de vida. Las cosas está mejorando. Contamos menos muertes por guerras y por asesinatos. Pero percibimos todo va peor. Porque vemos nuestro futuro amenazado. La pequeña balsa en la que viajamos en una enorme noche vacía, en palabras de MacLeish, es ahora más pequeña y frágil que nunca. Tres amenazas asedian nuestro bienestar en el mundo occidental, aquél que teníamos en la segunda mitad del siglo XX. La inseguridad en el empleo unido al paro estructural difícil de modificar, las migraciones y el cambio climático.

Estamos juntos, cada vez más dependientes unos de otros, en este pequeño planeta. Una nave que hemos hecho cada vez más habitable para el ser humano, más acogedora y cómoda, pero esos cambios están teniendo consecuencias desastrosas ya; y probablemente peores en el futuro. A la Tierra no le importa que la temperatura sea más o menos alta, o que se le inunde con plásticos y todo tipo de substancias químicas. Ella lo engulle, se adapta y ya veremos qué vida se produce. No importan las condiciones, la fuerza de ese fenómeno es tal que es capaz de colonizar en poco tiempo las lavas de los volcanes. Pero para el ser humano la vida no será tan cómoda como ahora. Estamos más juntos que nunca, los que no gozan de nuestro bienestar, y lo conocen, quieren participar de él, porque somos, como decía MacLeish hermanos que ahora saben que somos verdaderos hermanos. Y tenemos que compartir con ellos. Son habitantes de nuestra pequeña balsa, tienen los mismos derechos. Llegan andando, en frágiles embarcaciones cruzando mares peligrosos, llegan exhaustos, enfermos, dolientes: ¿Cómo no acogerlos? Cuidar del planeta, cuidar de sus habitantes, ese es nuestro reto.

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