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Alfons Garcia

A vuelapluma

Alfons Garcia

El silencio del dinero

Cambia el año, dígito nuevo en el calendario, celebración y buenos deseos por doquier, el mundo se para por unas horas el 1 de enero: se agradecen esas mañanas en que la ciudad se da una tregua, la gente (poca) camina despacio y se escucha hasta el ronroneo de los árboles. Surge entonces la ilusión de lo perdurable. Pero pronto la realidad se encarga de destruir espejismos. Llega la primera violación, luego el primer asesinato machista, casi como la más cruel secuela a la última provocación de la extrema derecha, que se sabe conquistadora del foco de atención política y mediática, mientras los otros le siguen mezquinamente el juego. Todo vale. Y por la esquina del Valle de los Caídos saca la cabeza un cura facha, ese arquetipo tan carpetovetónico. Pasen y vean la última película de José Luis Cuerda y advertirán que perdura hasta el año nueve mil y pico, año arriba, año abajo. El humor no quita mala baba al vaticinio. Así somos, condenados a repetirnos.

Hace cien años Europa se ilusionaba con los progresos de la ciencia (los primeros vuelos, el nuevo ingenio del cine...), mientras los sentimientos nacionalistas levantaban odios políticos y callejeros hasta degenerar en la primera gran guerra. Hoy exploramos los confines de la galaxia y una nave china se posa sobre la cara oculta de la Luna, mientras los populismos más irracionales continúan ganando poder. A saber si será la razón o la barbarie la que los detenga. Si algo se ha movido es que Europa ya no es el centro del mundo. En cualquier barrio del planeta se tambalea el orden del día.

Si algo diferente también nos deja 2018 es la aceleración de los giros políticos. Macron se vestía con las galas del general De Gaulle y lleva ahora colgado el chaleco amarillo de la impopularidad en cada acto de contrición. Pedro Sánchez se vio presidente de la noche a la mañana en una ola de ilusión que disparaba sus cotas de notoriedad, pero la difícil gestión del laberinto catalán en un contexto demasiado sucio lo ha metido en unas arenas movedizas que parecen devorar al personaje cada día que pasa. Sospecho que incluso Ximo Puig se ha arrepentido de no haber anticipado elecciones valencianas el pasado verano: entonces Sánchez era viento de cola para su causa, hoy hay dudas de si no es más bien un lastre ante las dificultades de hacer llegar a la calle (incluso la de izquierdas) la necesidad de construir puentes con Cataluña. Hoy todo parece contaminado por el griterío y la radicalidad. La confianza de la izquierda ha derivado en una sombría incertidumbre y las encuestas empiezan a voltear pronósticos. Al menos en España. Habrá que ver en esta isla botànica.

Queda la esperanza de la perseverancia y de un último giro inesperado de las circunstancias. Y la de que algunos, allá al norte, comprendan que, como subraya Manuel Castells (La Vanguardia, 29-12-2018), el obstáculo esencial para su independencia no es el Estado español, sino la división entre los catalanes. Esa es la primera herida, que seguirá abierta mientras los objetivos sean de máximos.

Y queda la esperanza de que algunos silencios más se rompan. ¿Por qué la patronal y el mundo de los negocios no ha dicho nada aún sobre la nueva ultraderecha española y sus proyectos? Convendría a algunos también revisar el pasado y ver los apoyos a los nacionalismos radicales de los años 30. No siempre todo vale por los intereses. Ni el futuro ni la dignidad caben en una promesa de rebaja de impuestos. «Todo es silencio mudo», escribió Rosalía de Castro para diferenciar el buen silencio (el de los primeros de año, digo yo) del vil, el de la simple conveniencia. Demasiado silencio mudo.

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