De todos es sabido que las cosas no tienen nombre y que entre el nombre y la cosa se da la prioridad ontológica de la cosa frente al posterior acto bautismal del nombre: universalia post re, como le decía la madre de Ockham a Guillem d'Occam. Esto quiere decir, ni más ni menos, que primero se compra uno un caballo y después le llama Rocinante, o una espada y la llama Excalibur, o tiene uno una hija y la llama Jessica o Jenifer, o tiene uno un conocido al que llamar, ya después, capullo o gilipollas. O sea, que las cosas en sí no tienen nombre. ¿Les he convencido?

Pues no. Luis Santamaría (hipotético alcaldable, frente a la probable Català o Catalán) ha dejado dicho que cuando el PP gane las locales (nunca mejor llamadas, si las ganara), «permitirá que llamemos a las cosas por su nombre, como hacen las personas de esta ciudad». Sostiene, pues, Luisín, que ellos permitirán lo que ahora se nos impide; añade que las cosas tienen un nombre (concurrencia lógico ontológica del nombre y la cosa: universalia in re o chi lo sà), y que hay dos categorías de valencianos: las personas, cuyo rasgo identitario es el de llamar a las cosas por su nombre, y los otros, que o bien no somos personas o no lo somos de esta ciudad, siendo así en el primer caso traidores o en el segundo extranjeros. Amén de que, por no llamar a las cosas por su nombre sino al tuntún, seamos pusilánimes. ¡Pues estamos jodidos, Santamaría!

Sin embargo, es evidente, que las cosas que sostiene Luis no se sostienen: el PP no puede permitir lo que nunca estuvo prohibido, y a su ejemplo montaraz me remito. Ni pueden quitarse en un acto de valentía sobrevenida la máscara de lo políticamente correcto, pues siempre fueron desenmascaradamente incorrectos en la piscifactoria de la lengua o caladero (cataladero) de votos. Por otra parte, para llamar a las cosas por su nombre (qué valor!) hay que presuponer que hay un nombre para la cosa, y aquí el hipotético alcaldable titubea entre lo uno, lo dos y lo que haga falta. Si ahora le llamamos a la cosa «València», Santamaría propone que la llamemos «Valencia» hacia fuera, «Valéncia» en la intimidad y encapsulada junto al «vixca», o ya, cuando le cojamos confianza, simplemente «Valen», pero nunca neverending «València», porque esa tilde es socialcomunista y descarga a la izquierda como un torero arrepentido o ex torero. Y todo esto por qué, se preguntarán ustedes. Pues porque el hipotético alcaldable, a diferencia de otras que se la inventan casi tanto como respiran, es un grandísimo defensor de la ortografía valenciana real, como Vox, que no se dice Vox, sino Voz. Santamaría, ora pro nobis.