Abuela; me han puesto un sobresaliente en Sociales.

-¡Qué bien!€ Eso es urbanidad y cortesía.

-¿Qué es urbanidad y cortesía, abuela?

Esta conversación, abslutamente real, se produjo hace unos años. Entonces nos hizo reír y con los años hemos calibrado que no debimos hacerlo a la vista de las consecuencias porque la evolución social ha postergado valores que teníamos como primordiales y colocado entre las preferencias aquellos que rechazamos.

Desconocer la ortografía, hablar a gritos, acudir a las aulas como si se fuera a la piscina, pensar que el porvenir no depende del propio esfuerzo porque pudes ser uno de esos afortunados que por líos amorosos o delitos alcanzan una bien remunerada notoriedad en los medios forman parte de lo cotidiano y de lo que tantas veces no es posible sustraerse.

Pero cuando alcanza la esfera pública, la contemplación de quienes acuden disfrazados de senderistas o leñadores a las más altas instituciones del Estado demuestran su absoluta falta de respeto que, sin embargo, ni siquiera es comparable con el que se constata cuando desentrañan las intimidades de aquellos que pretenden sustituir a través del ataque sistemático y la atribución de faltas graves o delitos que no necesitan demostrar para conseguir efectos.

Nos gustaría saber de sus señorías cuánto tiempo y dinero, el que debían dedicarnos, el que sale de nuestros bolsillos, les ha costado la investigación histórica de la vida y milagros de cuantos pretenden abatir; a veces lo consiguen. Lo vimos en las dimisiones del Sr. Huerta o a la muy eficiente Sra. Montón que jamás debieron dejar sus puestos por utilizar medios cuyo establecimiento fue institucional, ajeno a su voluntad y jamás utilizado en el ejercicio de sus cargos.

El acoso a que estamos sometidos se extiende a todos los aspectos de nuestra vida porque hay unos cuantos que utilizan el poder para universalizar sus, más o menos firmes, convicciones mediante reglas de conducta que nos cohartan hasta la asfixia: Qué, dónde, cómo, en qué y por dónde tenemos que comer, beber, comprar, circular o aparcar los vehículos. Nuestras vías públicas, con dimensiones propias de la historicidad de València, se han subdividido para peatonalizar lugares por los que apenas pasa gente o viabilizar el tránsito de las bicicletas adoleciendo de riesgos para todos porque no se ha previsto la visibilidad del tránsito, como sucede cuando sales de la gasolinera de la avenida de Aragón o en el acceso a la C.H.J, cuyas escaleras bordeadas de setos tapan la perspectivas y terminan en el carril por el que se circula con velocidades propias de un velódromo; nada que oponer a a este medio de transporte porque yo misma fui de las poquísimas personas que lo han utilizado durante años; pero cuando las autoridades proclaman sus excelencias a costa de los coches, vayan pensando qué respuesta darán si la Ford decide cerrar su factoría de Almussafes de la que viven centenares de familias.

La educación individual se ha de completar con la política cuando se está a su servicio. Aquella se basa en no molestar al prójimo; esta se ha de constreñir a compatibilizar los intereses privados que no entrañan en sí mismo riesgo alguno. Se usa como pretexto el bienestar general, ese concepto jurídico indeterminado convertido en cajón de sastre que guarda por igual las conveniencias con los caprichos.

El problema más grave está en que hemos vuelto a la mentalidad que motivó la Inquisición, cuando el sometimiento a la ortodoxia del poder religioso castigaba cualesquiera transgresiones hasta la muerte. La ortodoxia cívica que impera no nos condena a la hoguera pero nos vamos asfixiando, poco a poco.

Los políticos actuales han logrado que la Administración no funcione empezando por la falta de rigor en la selección del personal que desde el debido agradecimiento a su nominación se abstrae de aconsejar, y mucho menos oponerse a cualesquiera barbaridad. La iniciativa se coarta ante la lentitud de los procedimientos; las previsiones económicas decaen cuando la aprobación de un planeaminto urbanístico o la D.I.C. puede dilatarse más de una década, las licencias municipales de obra o actividad ni se sabe y, a mayor abundamiento, nadie pide responsabilidades.

A ver si nos tranquilizamos un poco. Si empezamos por cumplir a tiempo las obligaciones y dejar de inventar modos opresivos y utilizar los propios con equidad sin favorecer a los más proclives porque están consiguiendo que los movimientos involucionistas emerjan cada día más fuertes invocando los absolutismos que creímos erradicados.

Este país luchó por la libertad y ustedes, muy señores míos, no son nadie para limitarla hasta la negación. Ni ustedes, ni nadie.