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Soserías

Turrones

Ha pasado el tiempo de la dictadura del duro o del blando y estamos en la revolución turronesca con hitos de creatividad

Propongo para el año próximo el turrón de pote asturiano, de gambas a la gabardina o el supremo de ostras con sidra, sin llegar al caos de emular el sushi

Nadie como Chateaubriand, en sus voluminosas pero imprescindibles Memorias de ultratumba, ha descrito mejor el vendaval que supuso la Revolución francesa: "fueron abolidos -escribe- los derechos feudales, los derechos de caza, de palomar y de conejar, los diezmos y derechos sobre el trigo, los privilegios de las Órdenes, de las ciudades y de las provincias, las servidumbres personales, las injusticias señoriales y la venalidad de los cargos. Los golpes más duros contra la antigua constitución del Estado fueron asestados por nobles. Los patricios comenzaron la revolución, los plebeyos la acabaron ..."

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Y la acabaron proclamando las grandes libertades: de prensa, de residencia, de creencias, de expresión, de asociación y reunión y por ahí seguido. Tan acabado fue el catálogo confeccionado por aquellos próceres que de él vivimos todavía en los países occidentales que se rigen por Constituciones serias.

¿Vivimos? Vivíamos sería más exacto escribir porque estas fiestas de Navidad se ha proclamado una nueva libertad en un asunto al que nadie o pocos habían prestado atención. Me refiero a la libertad de turrón.

Quizás en esta vida atolondrada que llevamos no nos hayamos percatado con suficiente claridad. Pero, preciso es decirlo bien alto, hemos salido de una época rígida, de años severos y rigurosos a esta en la que se ha hecho la luz de la diversidad, de la pluralidad, de la riqueza en suma.

Dicho de otra forma, hemos pasado de lo uniforme a lo multiforme. Porque esto es lo que significa el salto -acrobático- del turrón blando de Jijona o duro de Alicante al turrón de zanahoria con zumo de melocotón de Calanda y pepitas de sandía.

Advierto que no estoy calificando la época pasada de sombría. Y no lo fue porque, por más inventos que hagamos, lo cierto es que el turrón duro y el blando se siguen llevando la palma de todos los turrones al ser los más exquisitos por más logrados. Pero, si es verdad que no vivimos entre las sombras, sí se convendrá conmigo que padecíamos una cierta dictadura, un régimen turronil opresivo, un poco agobiante. Es verdad que a veces contábamos con una variedad heterodoxa, el turrón de yema por ejemplo, pero el cetro turronil (o turronesco, que también es expresión válida) estaba donde estaba.

Todo esto es tiempo pasado, hoy estamos viviendo la revolución turronesca, una revolución donde se ha puesto capacidad creativa, voluntad barroca y juvenil entusiasmo. Es cierto que algo parecido ya hemos conocido con los helados porque, desde la vainilla y el tutti frutti de los tiempos de austeridad, hemos llegado, sin casi darnos cuenta, al helado de pepino con vodka o de chirimoya dominicana con jugo de alcachofa. Pero el turrón es distinto si tenemos en cuenta que contamos con el de miel y pepitas de limón más el de pepitas de limón sin miel; el de vinagre de Módena con ciruelas pasas; el de ciruelas pasas sin vinagre ni nada; el de frambuesas con vermut; el de vermut sin frambuesas; el de queso parmesano con arroz tres delicias; el de arroz sin delicias pero con leche y el de leche sin arroz … Un festival difícil de enumerar, amigo lector.

Para el año próximo propongo el turrón de pote asturiano, de cocido madrileño, de callos a la bilbaína y de carabineros con torreznos. Un toque marinero a completar con el turrón de gambas a la gabardina o de percebes o el supremo de ostras con sidra.

Como la Navidad es tiempo de catarros también podrían tener éxito los turrones de jarabe contra la tos, con codeína, para las flemas, todo ello en sus modalidades de adultos e infantiles.

Es estupendo saludar con entusiasmo a la imaginación. Ahora bien, me permito ponerle un límite, una barrera que jamás debemos traspasar si queremos mantener la dignidad y no perder el respeto que merece nuestra intransferible mismidad.

¿Dónde está ese punto que, sobrepasarlo, significaría el no retorno, el caos y la batahola bíblica? Se alcanzaría si nuestros ojos quedaran heridos viendo en un escaparate el turrón de sushi, esa muestra suprema de comida fallida y desvaída. Ese alimento solo apto para sollozar, para darse a la melancolía y al amargo gimoteo.

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