Siendo director de la Filmoteca, elegí Villa Amparo para celebrar el homenaje al director David Lynch quien, —sorprendentemente y con gran efecto sobre la reputación de Valencia como alternativa a Madrid y Barcelona—, aceptó mostrar, por primera vez en Europa, en la sala Parpalló que dirigía Artur Heras, su interesante colección de fotografías.

Eran los primeros años 90 y Villa Amparo estaba envuelta en la leyenda de haber sido la vivienda de Antonio Machado de 1936 a 1938, cuando los chalets de la Colonia alojaron a las embajadas ante el gobierno de la Segunda República. En 1987 la Conselleria de Educación y Cultura de Ciprià Ciscar había organizado el II Congreso de Intelectuales en homenaje al de cincuenta años atrás y eso había reavivado la memoria.

Rocafort vivía un auge demográfico y tenía una notable actividad cultural. En la plaza de España había conciertos de jazz muy estimables y la Casa de la Cultura programaba actos de interés. El recuerdo de los años treinta y la figura de Machado eran un contrapunto casi novelesco para los aires de un pueblo que miraba al futuro.

El largo período de gobiernos de la derecha, con una política cultural cada vez más encogida, y el seco golpe de la crisis en las cuentas públicas cerraron aquella etapa. Durante la posterior travesía del desierto de la cultura en las cuatro esquinas de España, un buen número de vecinos se refugiaron en la figura de Machado haciendo crecer su valor como símbolo.

Villa Amparo es un «mas» o chalet característico con un amplio jardín que ha sido remodelado para albergar bodas, bautizos y comuniones. Queda limitada por un caminito que recorre la acequia de Moncada que la separa de una franja de huerta en paralelo con la vía del tren o metro. Un hermoso graffiti y la reproducción del poema que Machado dedicó a Rocafort, con el perfil que hizo Ramon Gaya del poeta, invitan al paseante a evocar lo que debieron ser tardes apacibles en tiempo de guerra. En un pueblo que adquirió su fisonomía actual cuando la pequeña burguesía ilustrada de la Valencia modernista buscaba respirar durante el verano el aire puro de las primeras pinadas en el camino de cuestas que suben hasta el Garbí y desde las que se ve el Mediterráneo.

En las últimas décadas, Villa Amparo ha sido un objeto del deseo de quienes pensaban que su recuperación para el pueblo será ese motor que falta para que Rocafort sea algo más que un pueblo tranquilo, sin parada de taxi ni de autobús y que los medios de comunicación airean una vez al año como uno de los municipios con mayor nivel de renta (estadístico) de España.

En 2013, un grupo de vecinos constituyó el comité organizador de una semana cultural por el 75 aniversario de la muerte del poeta y erigió una escultura con la figura de Gaya justo enfrente de la puerta de entrada de Villa Amparo. Tomás Gorría lo ha contado muy bien y en su relato vemos como Rocafort puede convertirse en uno de los socios mas despiertos de la red de ciudades machadianas, que recorre como una serpiente España y el sur de Francia.

Quienes han peleado por conseguir que la venta de la casa no acabara en otra promoción inmobiliaria, sienten que la compra por la Generalitat es un éxito. En el haber del alcalde actual Victor Jiménez es un logro.

Pero que la Generalitat haya comprado Villa Amparo sin haber presentado simultáneamente un plan de uso o una estrategia para su restauración arquitectónica, señala claramente que las cosas se podían haber hecho mucho mejor.

Cabe endosar esa imprevisión a la especial naturaleza del gobierno coligado de la Generalitat. La operación ha venido desde Presidencia de la mano del socialista Ximo Puig. Y se ha llevado por fuera del circuito de la gestión de la Cultura que está en manos del conseller de Compromís Vicent Marzà.

Es una circunstancia que podría explicar el descuido y que hace que, según señalaba certeramente Joan Carles Martí, en estos momentos, nadie puede decir cuál va a ser el destino.

Unir Rocafort a la reflexión y la práctica de una disciplina, —la poesía—, que está más viva que nunca, recorre caminos insólitos y atrae a grandes audiencias con festivales masivos como el Hay; articular un lugar de acogida y de atención a los emigrantes y exiliados y hacer eso mirando sobre todo al Mediterráneo. He aquí tres ejes que pueden convertirse en los tres vértices de un posible centro cultural y cívico.

Un viejo amigo mío, miembro activo de esos «vecinos machadianos» me decía la semana pasada que están más que felices por lo conseguido, pero que tienen las alarmas encendidas para evitar que los cuervos que levantan el vuelo, en cuanto se plantea este tipo de situaciones se posen en la grácil torre del palomar de Villa Amparo.

Así las cosas, sería ideal una actuación rápida, transparente y sensata de la Generalitat y del Ayuntamiento antes de que las elecciones lleguen por donde no se esperan y hagan saltar por los aires unos equilibrios que han venido con la Fortuna de la mano para el apacible Rocafort, una villa de personalidad tan confiada que eligió para su escudo local las cuatro barras, una palma de oro y un perro lebrel que unas veces es inglés y otras afgano.