Este interesantísimo estudio lleva como subtítulo Las mujeres que están revolucionando las series de televisión, y, visto lo que la periodista Joy Press cuenta en el libro, yo añadiría que «contra todo pronóstico». La autora analiza cómo se fue ampliando el cupo de mujeres que trabajan en los diferentes estadios de producción de una serie televisiva desde «Roseanne», a finales del siglo anterior, hasta «Orange is the New Black» y «Transparent» en el momento presente. El empleo de mujeres guionistas que fueran introduciendo temas diferentes para el consumo de las audiencias en los nuevos canales de televisión por cable propició que éstas llegaran a realizadoras y dieran empleo, a su vez, a otras mujeres, además de iniciar los «colorblind castings», en que no se tenía en cuenta la raza ni la etnia de quienes aspiraban a actuar en los diferentes capítulos. Press defiende que la afluencia y correspondiente influencia de las mujeres en las series estadounidenses se debe, en buena parte, al ambiente creado en el país por el gobierno progresista de Barack Obama, de la misma manera que el avance de las mujeres asustó a los hombres mediocres de tal modo que, «en una reacción de rabia misógina», eligieron a Donald Trump como nuevo presidente. Esta resistencia ya había sido analizada por Susan Faludi en 1993, en su libro Reacción: la guerra no declarada contra la mujer moderna. En aquel momento, el miedo del patriarcado a lo conseguido por los movimientos feministas dio lugar a Ronald Reagan y su agresiva campaña a favor de la familia y la mujer hogareña.

Los capítulos de Dueñas del show recorren el desarrollo de la temática de las series y cómo estos cambios van modificando no sólo el gusto del público sino también su visión sobre aspectos que nunca antes se habían tratado abiertamente o eran, incluso, tabú. De manera inopinada las nuevas realizadoras van cambiando la percepción social hacia los grupos minorizados por razón de género, sexo, etnia o raza, o por sus creencias. Poco a poco se van desmontando arquetipos y simplezas sobre quienes son «diferentes» y se va normalizando la diversidad. Este proceso no fue fácil: «era como empujar una bola enorme montaña arriba porque, para mi horror, nada se había hecho antes. Era espantoso. Que si las mujeres no eran guapas, que si no eran amables, que si eran competitivas€ todo era un problema». La lectura resulta muy amena, pues se desvelan los entresijos del rodaje y producción de series que recordamos como grandes éxitos, que llegan a nuestras pantallas como un artículo homogéneo y armonioso, sin que nos planteemos que muchas veces dichas series estuvieron muy cerca de no producirse o de no llegar a su fin. También se da cuenta en el libro de la recepción crítica, errada con frecuencia respecto al futuro que le esperaba a la serie reseñada. «Anatomía de Grey» es un ejemplo paradigmático. Su realización se encontró con muchísima resistencia por parte de los productores, llegó a la programación como una sustitución temporal y fue vapuleada por la crítica como «una mezcla de 'Sexo en Nueva York', 'CSI', 'Urgencias' y 'Vida de un estudiante'». Pero, al final de la primera temporada, contaba con una audiencia de 22 millones de personas. 15 temporadas después, nadie podía ya sostener «el prejuicio dominante en la industria de que el espectador no vería series de mujeres ni de personas de color».

A pesar de los muchos éxitos creados y producidos por las mujeres, a pesar de los cambios que consiguieron en el imaginario social, o quizás debido a ellos, el número de mujeres al mando de las productoras dista aún mucho de llegar al 50 % al que debieran tener acceso, de la misma manera que siguen sufriendo una injusta desigualdad salarial. Y siempre, al acecho, está el sistema hegemónico patriarcal, preparado para contrarrestar cualquier paso demasiado audaz. Joy Press se da perfectamente cuenta de que acabar con la desigualdad no va a ser tarea liviana, que «hace falta un gran activismo social para conseguir eso». Pero también comprende la importancia de la representación cultural, ya que «vivir en un mundo en el que la cultura no refleja nuestra experiencia nos hace sentirnos pequeñas e invisibles». Por tanto, toda imagen y palabra que nos haga presentes en el mundo contribuye a la resistencia social y a la reacción política necesarias para el cambio.