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A imagen y semejanza

Educar es difícil. Escuchar atentamente y respetar la manera de ser de nuestros hijos, también. Es fácil torpedearles con nuestras expectativas y caer en la tentación de pretender que sean como a nosotros nos gustaría. Con nuestra buena fe les empujamos, con ligeras y bienintencionadas manipulaciones, hacia un equipo de fútbol determinado, a que practiquen ese deporte que tanto nos gustaba de jóvenes o a que desarrollen las habilidades y competencias que consideramos que son las correctas. Hay adultos a los que no les da pudor transmitir sus propios prejuicios, sus filias y sus fobias. Es una lástima porque hay que reconocer que no todos los mayores somos tan estupendos como para que los enanos de la familia crezcan a nuestra imagen y semejanza.

Hace unos días, el PP lanzó un tuit y, como al poco tiempo se dio cuenta de que el contenido era poco afortunado, lo borró. En él, un padre y su hijo hacían una carta a los Reyes Magos y pedían la muerte del Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. A título personal, desear que alguien se vaya al otro barrio no me parece ni gracioso, ni educado, ni elegante. Sin embargo, lo que menos me gusta es que se use a un niño para entrar en un juego del que los mayores deberíamos salir cuanto antes. El de desacreditar porque sí. El de faltar a las buenas maneras y el de insultar a destajo.

En un ámbito más cercano, la hija de ocho años de una amiga fue excluida de la fiesta de cumpleaños más popular del trimestre pasado. La celebración incluía a la mayoría de niños de la clase y, durante varios días, una preciosidad que no sobrepasa el metro veinte de altura le recordaba a su madre que, porfis, porfis, no hiciera planes para el sábado porque debía acompañarla al aniversario. Mi amiga, que ya intuía el percal, le advertía que quizás ya había demasiados niños en esa fiesta y que lo celebrarían en otra ocasión. Pocos días antes del evento, la niña aceptó la evidencia y confesó que la cumpleañera no la invitaba porque, al parecer, su madre la consideraba «una mala influencia». "»¿Quién es su madre y qué significa eso?», preguntó ella. Mi amiga respiró y encajó el puñetazo en el vientre como pudo. Abrió una botella de vino y fantaseó con ser lanzadora de cuchillos de Albacete. Cada uno es libre de invitar a quien le plazca sin necesidad de justificarse. Sin embargo, el sentido común parece indicar que entre educar en el prejuicio y lanzar críticas sobredimensionadas para una niña de ocho años o hacerlo en la tolerancia y la sensibilidad, mejor quedarse con la segunda opción.

El filósofo José Antonio Marina centra parte de sus estudios en la ética. Una creación de la inteligencia humana y la herramienta que nos ayuda a solventar cuestiones relacionadas con la felicidad, la convivencia o la dignidad. La ética se educa y Marina habla de ternura y de límites, de responsabilidad, de compasión, de indignación ante la injusticia, de fomentar el sentimiento de respeto hacia las personas y las cosas, de la generosidad y del altruismo. Valores que se fortalecen o se debilitan en función de los modelos que se ven en casa. Sentido común. El menos común de todos los sentidos.

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