Encaramos la recta final de esta legislatura y todo apunta a que el acuerdo del Botànic, que ha servido de base para la gobernabilidad de esta comunidad, parece que llegará en mejores condiciones, incluso, que cuando empezó.

El pacto a tres bandas, PSPV-PSOE, Compromis y Podemos, con el que se rubricó en junio de 2015 el fin de la hegemonía del PP, se erige hoy, después de los acontecimientos en Andalucía, como la alternativa progresista frente a la amenaza de la extrema derecha. Un ejemplo, más allá también de nuestra comunidad.

Y lo es, tanto por el contenido de los compromisos políticos como por las formas con las que se selló ésta alianza. Un acuerdo que, sin lugar a dudas, ha prestigiado a la Comunitat después de los numerosos casos de corrupción y del despilfarro económico que caracterizaron la gestión de los veinte años de gobiernos del PP; liderando una agenda social y recuperando la política al servicio de las personas.

De hecho, podría decirse que el Botànic se ha convertido, un poco por casualidad, en el contrapunto al pacto de gobierno andaluz. Un pacto éste, el de la derecha con la ultraderecha, que ha nacido con el vicio de la doble negación: Vox negándose a sí mismo y Ciudadanos negando a Vox.

Así, al día siguiente de conocerse el documento de las 19 medidas de Vox para investir a Juanma Moreno -aquel que hablaba de cuestiones como la devolución de competencias autonómicas, la expulsión de 52.000 inmigrantes o la derogación de las Leyes de memoria histórica y violencia de género- el PP lograba descafeinar esas exigencias y firmar un pacto con el partido de extrema derecha que vendían ante la opinión pública como un éxito al haber logrado minimizar todas esas demandas.

Sin embargo, resulta francamente llamativo cómo a los pocos minutos de producirse este acuerdo, Vox lo matizaba a través de su perfil de twitter, asegurando que según lo firmado, el PP se comprometía a desarrollar 37 medidas entre las cuales se encuentran las 19 del documento del día anterior. De esta forma, y según Vox, el acuerdo alcanzado con el PP no supone renuncia alguna a sus peticiones.

Ello, pone de manifiesto que lo de Andalucía es un juego de equilibrios con el que se ha rubricado la conquista del poder a cualquier precio, legitimando las pretensiones de la ultraderecha y permitiendo que ésta, con tan solo doce parlamentarios autonómicos, esté marcando la agenda política de este país. Equilibrios que, en cualquier caso, han permitido crear un gobierno con una arquitectura que podría ser más débil de lo que parece a simple vista, dejando muy abierta su propia evolución y estabilidad política.

Fundamentalmente, y a pesar de lo que diga Cs, por la imprescindible necesidad del apoyo parlamentario de un partido como Vox. Una realidad ésta, que nos dará la oportunidad de ir comprobando algunas cuestiones que van a resultar vitales tanto para la gobernabilidad de Andalucía como para la evolución de esta nueva configuración del sistema de partidos. Esto es, cómo evoluciona el partido de Abascal en los próximos meses y logra mantenerse entre el populismo y el stablishment, cuál es el alcance real de lo que han firmado PP y Vox, y, si Cs está dispuesto a escorarse, todavía más, a la derecha como consecuencia de ello.

Un acuerdo político cogido con pinzas y dominado por la dependencia de la extrema derecha es, dice el PP, el modelo que quieren exportar al resto de comunidades autónomas. Casi nada. Por ello, la referencia frente a esta nueva derecha es el Botànic.