Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con gusto

«Moby Dick» releído

La cosa fue así: guardaba desde hace unos años la traducción de Moby Dick de Maria-Antònia Oliver. Una historia que leí a los 18 años (me saltaba las partes reporteriles del aprovechamiento de la ballena y me iba directo al drama), y que, contada por John Huston, o sea convertida en película, ancló en mis más hondos estremecimientos cuando tenía seis, quizás siete años. Desde entonces me es imposible lanzar unas tabas al suelo sin suponer que he perturbado un oráculo que me dirá lo que no quiero saber.

Empecé la lectura y la abandoné doscientas páginas después. Si el vocabulario marino en castellano me descoloca, ya pueden imaginarse lo que me ocurrió con el catalán (leeré Veus, la mar de Víctor Labrado para ponerme al corriente). Busqué una buena versión castellana, la de Andrés Barba, con láminas muy bien trazadas de Gabriel Pacheco). Y seguí leyendo.

Mientras tanto y por gamberrear un poco leí algunos capítulos de la serie de Kiko Amat titulada Clásicos latosos, serial de El País que inauguró, precisamente, Moby Dick. Mi ejemplar es del tamaño de un misal romano de lujo con tapas de nácar, quiero decir que no es un libro que se lleva a la cama o te inspira in latrinis. Esta obra, tan monstruosa como su criatura, agota la paciencia de cualquiera porque es romántica y arrebatada, sí, pero también exhibicionista, digresiva y perfectamente capaz de hundir en la sepultura de la erudición el ánimo más templado. Arcaizante, declamatoria y, también, dueña de unos ramalazos de algo que parece videncia. Lo acabé con algunas señales de agotamiento. Lo he revisado, por tercera vez, a trocitos y con mucho placer.

Balance: Moby Dick tiene uno de los mejores comienzos de toda la literatura universal y además un final no menos bueno, doscientas páginas de calidad al principio y algo menos de cincuenta al final. Es una estimación, no se me achicopalen, no pretendo tener razón. De lo que se infiere que hay que volver a los clásicos de ánimo y pies ligeros. Para bañarse en las torrenteras de la belleza bajo un sol redondo y colorado o para salir corriendo si es el caso.

Compartir el artículo

stats