Enciendes la televisión para ver las noticias y los primeros 20 minutos transcurren en una sucesión de episodios de violencia contra la mujer. En esta primera semana de enero han tenido lugar 7 violaciones cometidas por más de un agresor: 3 de ellas contra menores y las otras 4 por la denominada «Manada de Callosa d´En Sarrià» (Alicante). En este último caso, la Guardia Civil ha pedido que posibles víctimas de otras agresiones denuncien, con la firme sospecha de que la magnitud de sus ataques es mucho mayor de lo conocido. El año 2019 comienza con una mujer asesinada por su pareja y dos que casi no sobreviven a las palizas de sus maridos. En 2018 se investigaron 20 casos de «manadas».

En el mismo telediario se habla sobre el futuro gobierno andaluz. Las negociaciones se centran en el concepto «violencia de género». Los grupos políticos se limitan a invisibilizar el machismo y hablan de «violencia doméstica», también contra los hombres. Actúan como si el sistema que oprime a las mujeres y resulta en violaciones y asesinatos no existiera. La extremaderecha pide como condición de sus apoyos eliminar lo que llaman «ideología de género», en Andalucía, dos leyes que protegen a las víctimas y su descendencia desde el primer momento y expanden la intervención a otros casos más allá de la ley estatal, como sería el de Laura Luelmo.

La derecha más institucional no rechaza un discurso que, en vista de lo narrado escasos minutos antes (en el mismo telediario), se demuestra erróneo. Su secretario general llega a firmar que «toda ley es susceptible de cambio». Y aquí se equivoca. Los derechos de más de la mitad de la población NO son susceptibles de cambio y deben ser respetados por todas las personas, más por las que se creen legítimas para gobernar.

Nos matan, nos violan, por ser mujeres, no por estar en casa. No intenten confundir la violencia machista con la doméstica. Su discurso solo esconde un profundo odio hacia las mujeres y nuestro imparable avance social. Y dos partidos dirigidos por misóginos no van a conseguir frenarnos. Ni un derecho menos ni un agresor más.