Nunca duró menos el margen de confianza que una cadena de televisión concedió a un espacio nuevo. Una emisión dio Cuatro al equipo de «Todo es mentira» para que demostrara de qué era capaz haciéndonos el humor. Fue la tarde del pasado martes, el día de su estreno. Al día siguiente, Cuatro ya le retiró su confianza. Pero no hizo algo tan feo como eliminarlo de la parrilla. Hizo algo peor: transformó «Todo es mentira» en un programa subsidiario de «Gran Hermano», lo condenó a ser un resumen diario de «GH» disfrazado, le cortó las alas al hermoso dragón que representa al programa para convertirlo en una gallina que revolotea alrededor de «GH» con un vuelo condenado a ser corto, torpe y, lo que es peor, inofensivo.

«Vamos a luchar contra la mentira con el arma más peligrosa de la actualidad: el humor», anunciaba Risto Mejide al frente de un equipo de colaboradores capaces de cumplir una amenaza tan prometedora. No han podido. La misma noche del estreno de «Todo es mentira» en Cuatro, Telecinco estrenaba «GH Dúo», y ya al día siguiente Mediaset aplicó el efecto avalancha con el que sus irreales «realities» lo arrasan todo. Ya no basta con poner todos los espacios de Telecinco al servicio de su monocultivo televisivo trimestral. Ahora dispone de segundas cadenas que tienen que pedalear para llevarle agua al jefe de filas. Y programas que podrían brillar por sí mismos en cadenas pequeñas con horarios difíciles como humildes pero orgullosas estrellas enanas, se reducen a ser satélites que giran en torno a un planeta gaseoso que huele fatal, alrededor de la estrella de la muerte. Telecinco estranguló «Sé lo que hicisteis» impidiéndole emitir sus imágenes. Ahora asfixia «Todo es mentira» obligándolo a emitirlas.

Viendo que la audiencia fallaba, el viernes Risto hizo autocrítica en directo y anunció que seguirá sin guion. A sus colaboradores les va la marcha y harán eso y más. Otra cosa es que les dejen de verdad contarnos sus mentiras. Ojalá pudieran, demostrando su manejo de esa peligrosa y deliciosa arma que es el humor. Así veríamos crecer la lúcida, divertida y actualizada versión que a diario ofrece Marta Flich de aquel inolvidable «Curso de ética periodística» que Juanjo de la Iglesia hacía en «Caiga quien caiga». Por ejemplo.